El Gobierno aprobó el pasado viernes la Agenda del Cambio. Un plan, según el propio Ministerio de Economía y Empresa, que incluye 60 medidas para un desarrollo sostenible a medio y largo plazo. Las áreas afectadas serán formación, transición ecológica, ciencia y tecnología, mercado laboral justo, estado de bienestar y administración eficiente. Un catalogo de buenas intenciones que todos los gobiernos plantean. Después viene la realidad y las cosas van saliendo de aquella manera y el plan duerme en los cajones.
La presentación de la ministra Calviño, en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros, tuvo además un especial momento desconcierto. Mientras la vicepresidenta abría la puerta a que la legislatura estuviera muerta, sin descartar un adelanto de las elecciones, ya que se han presentado seis enmiendas de devolución de los Presupuestos al Gobierno, la ministra de Economía se afanaba en presentar su ambicioso plan de Gobierno para 2020.
En todo caso, un programa de reformas al que, por cierto, la prensa ha dado escasísima cobertura y que recuerda mucho a las 100 medidas que presentó en su día Miguel Sebastián. Un mero recuento de intenciones, buenas, malas y regulares, que van desde la “mochila austríaca” a la reducción a tres del número de contratos laborales, pasando por los planes de pensiones privados o el impulso de la investigación y el desarrollo en las universidades, que sí se aprobó el viernes por decreto ley.
Vamos a ver qué ocurre de aquí al próximo miércoles, día que se votan las enmiendas de devolución de los Presupuestos. La cuestión es, que si los separatistas retiran las suyas, las negociaciones y cesiones continúan a pleno pulmón, y sí salen adelante, Sánchez se queda desnudo, aguantando en Moncloa, pero aumentando su descrédito. Puede que entonces su camino de resistencia, que ha sido duro hay que reconocerlo, haya llegado a la meta. Nunca antes, claro, de la presentación de su manual de autoayuda y superación.