Una de las características que mejor define el pensamiento dominante, si es que se puede llamar pensamiento, es su condición estática e ideológica. Se trata de un precipitado necesario de las llamadas ideologías cerradas que por desgracia acampana entre nosotros desde hace algún tiempo. En casi todos los aspectos de la vida social se observa esa penosa división entre buenos y malos, retrógrados y progresistas, ricos y pobres, que es la principal señal de identidad del intento de aplicación a la realidad de un modelo fracasado en el pasado. Ahora tras el 20-D, observamos comportamientos y declaraciones que demuestran la actualidad de esta forma cainita y maniquea de enfocar la actividad política.
Como consecuencia de las ideologías cerradas, aquellas que parten de la presunción de solución de todos cuantos problemas jalonan la existencia colectiva de la humanidad, estáticas por propia naturaleza, surge la necesidad, incluso la pasión, para quienes así operan, de situarse en la vida política social y política con un sentido perverso, por cerrado: la izquierda y la derecha, los de arriba y los de abajo, los de delante y los de detrás. Es decir, estar posicionado -de un modo maniqueo- en “la izquierda, abajo y adelante” o en “la derecha, arriba y detrás”, ha traído consigo el olvido lamentable de la tradición cultural de la que procedemos y que contribuimos a crear: una tradición de libertad, de pluralismo y de profundo respeto a la dignidad de la persona.
Sin embargo, presos como estamos de imperio del pensamiento único, estático, cerrado e incompatible, deudor de la dictadura de las ideologías, seguimos hablando de explotadores y explotados, de retrógrados y progresistas, de ricos y pobres, expresiones que además de profundamente simplistas son formulaciones que denotan una real actitud de miedo a la libertad, a la riqueza plural de la gente, que no es traducible a etiquetas reduccionistas de su condición, y un profundo miedo a la búsqueda de soluciones a los problemas que aquejan a nuestra sociedad. Los nuevos marxistas, de nuevo entre nosotros, manejan a la perfección las claves del pensamiento ideológico.
Ordinariamente, el pensamiento cerrado y estático que acompaña a las ideologías cerradas parte de la afirmación de prejuicios y de concepciones simplistas de la realidad, que son indicativas de pobreza discursiva o de inmadurez política y humana.
Por el contrario, el pensamiento abierto, dinámico y compatible, como estilo intelectual que responde a la realidad de las cosas, permite superar ciertamente las ideologías cerradas. No en el sentido de aislarlas y dejarlas sin lugar, que lo tendrán mientras haya gente con la disposición de aplicarlas, sino más bien en cuanto abren en el horizonte un espacio de pensamiento que rompe la bipolarización izquierda-derecha y que se caracteriza por su naturaleza abierta, crítica, plural y antidogmática, justo lo contrario, por ejemplo, de esa educación ciudadana pensada para disponer de ciudadanos en serie, a la medida, cortados por el patrón de la sumisión, la manipulación y el miedo a la libertad.
Hoy, debemos superar, si es posible, el ambiente en el que se desarrollan las ideologías cerradas: la lucha por la consecución de determinadas cuotas en el mercado ideológico.
Es decir, la confrontación ideológica es, en primer lugar y sobre todo, captación de ideas, pero no enfrentamiento ideológico, con lo ello supone de entender la concepción de ideas como instrumento de poder, sino diálogo, siempre abierto al entendimiento, que ciertamente puede llegar o no.
El pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario es necesariamente un pensamiento más complejo, más profundo, más rico, en análisis, matizaciones, supuestos y, por supuesto aproximaciones a lo real.
Es más, esta modalidad de pensamiento lleva a un enriquecimiento del discurso democrático. Si el pensamiento único, estático e ideológico prevalece, como ocurre entre nosotros, el discurso político se repliega, se cierra y se concibe como un instrumento de poder, de dominación que aplasta la pluralidad y la apertura connatural a la democracia. La apertura del pensamiento político a la realidad reclama un notorio esfuerzo de transmisión, de clarificación, de matización, de información, un esfuerzo que puede calificarse de auténtico ejercicio de pedagogía política que, por cuanto abre campos al pensamiento, los abre asimismo a la libertad.
Hoy, en España, insisto, necesitamos volver a recordar la centralidad de la persona, de sus libertades. Necesitamos denunciar siempre que sea necesario que el poder tiene sentido en la medida en que facilita el bienestar integral de las personas, del pueblo. Algo que hoy brilla por su ausencia sencillamente porque los principales actores políticos parece que sólo piensan en cuestiones de poder, sin especial sensibilidad hacia los problemas reales que aquejan a millones de españoles.
Los postulados del pensamiento abierto, plural, dinámico y compatible nos invitan hoy a reivindicar que el poder político cumpla el papel que le corresponde y que deje de manipular el espacio público excluyendo todo lo que impida su modelo de dominación social. La educación libre y plural es una forma de romper ese modelo. Por eso, la lucha por la libertad de enseñanza es, ahora, una prioridad en la que librar una gran batalla cívica: la libertad real de quienes conformarán las próximas generaciones.