El gran cambalache

Alfonso Guerra dio muchos titulares a los medios de comunicación a lo largo de su  vida política y entre las frases pronunciadas sobresalen dos. La primera es de octubre de 1982 cuando su partido ganó las elecciones: “Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió”, palabras que eran una declaración de intenciones de la acción de gobierno del que él iba a formar parte.  

La segunda la pronunció en La Rioja en 2015, poco antes de las elecciones, cuando irrumpían con fuerza los nuevos partidos que iban a regenerar la vida pública: “En el futuro habrá gente que sentirá nostalgia del diabólico elemento contra el que han estado disparando durante los últimos cuatro años, como es el bipartidismo”. 

El ex vicepresidente no poseía el don de la profecía pero tenía dotes de visionario. Como buen político, contaba con datos para predecir la modernización económica y social de España en el mandato socialista y para presentir en 2015 la orfandad que acompaña estos días a muchos ciudadanos tras la pérdida del “diabólico” bipartidismo.

Sus dos frases cobran plena actualidad. Después de las negociaciones para conformar gobiernos municipales -a saber lo que deparará la negociación de la investidura-, a España no la conoce hoy ni la madre que la parió y se echa de menos el bipartidismo perdido. 

Esta vieja nación está ahora en manos de una generación de políticos tan mediocres como ambiciosos, muchos de los cuales nunca trabajaron en una empresa, ni siquiera administraron una comunidad de vecinos, y estos días “negociaron” gobiernos que determinarán el futuro de millones de ciudadanos y del país. 

En democracia es normal –debería ser preceptivo– negociar, acordar y pactar sobre la base de un programa de gobierno. Pero es poco democrático que, bajo la apariencia de negociación, se monte el gran cambalache municipal –también en Galicia– y autonómico en el que después de postureos, vetocracias, líneas rojas y cordones sanitarios los políticos aceptan lo que antes aborrecían al conseguir el intercambio de alcaldías por autonomías o diputaciones, presidencias de parlamentos a cambio de gobiernos…Sillones para mandar, que no es sinónimo de gobernar, un espectáculo nada edificante.  

En los primeros años del bipartidismo, los políticos –Suárez, González, Guerra, Abril Martorell…– luchaban por el poder, pero negociaban sobre proyectos y programas para resolver los problemas del país y los asuntos de Estado. Tenían otro nivel.

El gran cambalache

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