Cuando este país vivía en blanco y negro –y creo que hasta en los principios del color en televisión– llegaba una hora en la que todo se apagaba: era la famosa “despedida y cierre”, que dejaba en el aire un ondear de banderas, himnos y perfiles de los jefes de Estado. Luego llegaba la carta de ajuste, que tenía mucha audiencia, y el silencio hasta un mañana al pluriempleo.
Hoy me toca a mí despedirme de la agencia Europa Press que en los últimos años me ha dado un cobijo generoso y, sobre todo, de los periódicos y los lectores que han tenido a bien publicar mis cosas y hasta leerme. Mención especial para el grupo “El Progreso” que tuvo la disparatada idea de premiarme con su Puro Cora.
Últimamente cada viernes me sentaba frente al ordenador y la verdad es que casi nunca sabía sobre qué escribir: de esto escribirán todos, pensaba; y de esto otro... esto otro no le interesa a nadie. No cuesta escribir una columna, cuesta pensarla y saber que con los nuevos medios digitales te van a acusar de facha o de rojo según lo que digas, aunque lo que digas sea sencillamente lo que piensas. Después de tantos años en este oficio solo tengo clara una cosa: que no he podido escribir siempre de lo que hubiera querido, pero que nunca he escrito lo que no quería escribir. Intentar mantener la coherencia por encima de ideologías personales, críticas y servidumbres, me parece importante en esta profesión que siempre está en el filo de un cierto dogmatismo.
Hoy escribo esta penúltima columna porque la vida me resulta ya muy complicada y nunca he tenido gestor, secretaria, representante, caché y otras lindezas hoy tan de moda. Y ahora me piden papeles para todo, burocracias que se obtienen con esa contradicción que las administraciones llaman “cita previa” como si hubiera posibilidad de lo contrario, como si una cita no tuviera, por definición que ser siempre previa. Pero esa es otra.
Dejo la cita (nada previa) consensuada de esta columna, pero no cierro del todo el chiringuito, porque mis jefes me han dado permiso para escribir de vez en cuando, cuando quiera, cuando me lo pida el alma o el cabreo o la satisfacción o la necesidad que es, por otra parte, como se debería de escribir siempre.
Estoy seguro de que después de tantos años más de una vez habré sido injusto con alguien, que me habré equivocado muchas veces y que mi propio dedo me habrá impedido ver la luna. Pido perdón y aseguro que, en todo caso, han sido malas interpretaciones por mi parte, pero nunca el deseo deliberado de utilizar la columna para fobia o filias personales.
Y eso es todo. Me voy, me voy... pero me quedo, que decía el poeta. No sé cuándo llamaré a la puerta del lector, pero la visita ya no será puntual como la del cartero. Uno empieza en esto como meritorio y acaba trabajando a destajo, echando columnas como quien echa “peonás” hasta que un buen día te levantas y decides que lo de la cita previa te viene grande y que la obligación de cada semana resulta cada vez más costosa.
Nos leeremos, no sé cuándo, pero esto es solo una despedida sin cierre, una oportunidad para agradecer a todos, agencia, periódicos y lectores haberme aguantado tantos años. La verdad es que ha sido un placer.