Aquellos que en su día renegaron del nacionalismo para aliarse con fuerzas de la izquierda española accedieron al bastón municipal plenos de ideas, pero cojos y sin báculo, reconocen ahora que eso de gobernar a los vecinos es más complicado que predicar. Los viandantes que nos dedicamos a andar, disfrutando del retiro, vamos camino de rompernos la cadera en los ya no baches, sino precipicios que jalonan las calles y paseos. Algunos de estos socavones, por efecto de las anheladas precipitaciones, ya son viveros acuáticos en los que se podría dar origen a la vida de no ser por el aplastamiento de algún rodamiento vulcanizado. Esto nos hace recordar con nostalgia al glorioso cuerpo de peones camineros que, armados con una pala y una carretilla, recorrían las vías taponando agujeros con generosos guijarros. Estos mandamases de Ferrol bien pudieran habilitar una brigada de pronta acción, pertrechados con una saca de cemento o alquitrán en caliente para alisar el firme o enderezar adoquines.