na de las pocas cosas buenas de la actual situación política es que el molt honorable president de la Generalitat, Quim Torra, se está poniendo nervioso. Le enerva que el presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, no se le ponga al teléfono, y comete errores como montarse un vídeo supuestamente ‘espontáneo’ en el que reacciona airadamente a la negativa de La Moncloa a comunicar con él: “quins collons”, dice, ejem, dicharachero, añadiendo “en días así y ni se ponen al teléfono”. La política catalana, y por tanto española, se está poniendo a la altura del betún.
Bueno, conste que yo creo que Sánchez sí se debería poner al teléfono, convocar formalmente a Torra a La Moncloa para echarle un broncazo por su inepcia y su mala fe y pedirle formalmente que se largue de la Generalitat, donde se ha colocado en modo ‘confrontación con el Estado’.
Creo que eso tendría réditos electorales para el presidente en funciones, entre otras cosas porque sospecho que desde Esquerra Republicana ‘alguien’ –pienso en el mismísimo Oriol Junqueras desde las sombras de la prisión y movido por la convicción de que con Torra todo irá a aún peor– echará una mano discreta para pegar una patada en salva sea la parte al títere del fugado, al gran pirómano.
Echar a Quim Torra de la política catalana sería un gran primer paso para establecer una ‘conllevanza’ como la que, en 1977, puso en marcha Adolfo Suárez con Josep Tarradellas, una figura de la que ahora abominan los ‘indepes’ más exaltados, a cuya cabeza figura Torra.
Pero las cosas hay que hacerlas bien: Pedro Sánchez no puede, como le pide Pablo Casado, romper relaciones con alguien que, desgraciadamente, sigue siendo presidente de la Generalitat, o sea, el máximo representante del Estado, es decir, de España, en la comunidad de Cataluña.
Y peor todavía sería, como piden desde Vox, encarcelar ‘con esposas’ a quien ostenta, de manera legal y por mucho que se sitúe en abierto desafío al Estado y sus instituciones, comenzando por el Rey, la presidencia del Gobierno autonómico.
España no debe dejarse invadir por un espíritu justiciero, ni por quienes predican ‘mano durísima’ con el independentismo, que es, al fin y al cabo, una forma de pensar y de sentir que a mí me repugna, pero, al fin y al cabo, el nacionalismo, y sus formulaciones más extremas, son más un estado de espíritu que una doctrina política.
No queda sino aplicar la máxima volteriana, según la cual ‘yo, que aborrezco las ideas de usted, estoy dispuesto a dar la vida para que usted pueda defenderlas libremente’. Al fanatismo se le combate con la firmeza de las leyes, claro, pero también con mano izquierda, diálogo y búsqueda de soluciones que, en todo caso, preserven el principal bien a salvaguardar, la unidad de España.
Pero, eso sí, no se puede actuar por ‘collons’. Hay que buscar las fórmulas legales, que las hay, y parlamentarias, que también, y políticas, que ídem, para sacar del palau de la plaza de Sant Jaume al pirómano, tarea absolutamente prioritaria, antes de convocar elecciones autonómicas, que en todo caso Torra perdería. Y entonces, oh alborozo, adiós, Torra, adios, qué ‘collons’.