Oleadas de nacional-indignación estallan por doquier porque un cretino se ha largado un artículo en el “Times” de Londres en el que hace una radiografía de los españoles, considerándonos perezosos, impuntuales, mal educados, gritones y más bien tendentes a la gula, porque como en el pasado hemos padecido tanta hambre... Un cretino, lo sé. Sobre todo, porque el tal Chris Haslam no ha llegado a entender los verdaderos puntos flacos de los españoles, que, como cualquier persona esclarecida sabe, son gentes distintas y distantes.
Pero, en fin: la verdad es que Lo Único, o sea, el conflicto catalán, ha vuelto a poner de moda a un país, España, que estaba bastante olvidado por la gran prensa internacional. Y los grandes rotativos anglosajones, de siempre tan supremacistas, han enviado a sus sabuesos a inquirir en el alma de estos hispanos bajitos, morenos y cabreados a los que casi nadie entiende, entre otras cosas porque nosotros no acabamos de entendernos a nosotros mismos.
Mire usted, señor Haslam: somos envidiosos, inconstantes y seguimos pensando que la improvisación es un bien en lugar de un mal. Será porque, buscando las Indias, o quién sabe qué, fuimos a dar nada menos que con América. Así que hemos crecido pensando que la casualidad siempre juega a favor; luego la gesta la ponemos nosotros, los españolitos, dejándonos la sangre y la vida, que es cosa que importa, o más bien importaba, relativamente poco.
Sugiere Haslam que los carpetovetónicos somos sucios –algún día desgranaré mis recuerdos de cuando vivía en Londres y ducharme en la casa que me acogía era casi una proeza–, poco trabajadores –batimos los récords de permanencia en el despacho, aunque también de falta de productividad–, groseros –cierto: el tráfico de Madrid puede ser una selva de insultos, pero hasta ah–. Y olvida que somos insolidarios, desorganizados y que tenemos a la sociedad civil hecha unos zorros. Si Haslam quiere tópicos, le podría contar lo de las dos Españas, que en realidad son diecisiete. Y que no es verdad que seamos el país más antiguo de Europa, no, al menos, con las simplezas históricas con las que nos anegaron a los niños del medio-franquismo.
Eso sí, señores del “Times”: reaccionamos con furia cuando las viejas damas grises de Fleet Street, o lo que queda de ellas, nos miran desdeñosas desde su espléndido aislamiento, porque conducimos por el lado equivocado y, encima, tocamos el claxon. Yo tengo que darle las gracias al simplón de Haslam: en estos tiempos de zozobra que vivimos, al menos nos une la indignación ante el tópico patoso. Y espero que no me considere el articulista del “Times” una especie de residuo de la alta Edad Media por decir todo lo que he dicho, que seguro que no le parece moderno (claro que, para antigua, su peculiar España de toreros y tonadilleras).
Y, una vez que he dejado esto claro, tengo que reconocer que aún nos queda, como colectivo social variopinto y heterogéneo, mucho que aprender. Pero no de lo que nos digan los del “Times”, o por lo menos el cretino, perdón por insultar. Si al menos se hubiese dado cuenta de que los peores enemigos de los españoles somos los españoles...