Los parados y la sociedad

Los parados, es decir, las personas que pudiendo y queriendo trabajar, no consiguen empleo, son víctimas de la sociedad a la que pertenecen.
Esa situación, que alcanza en la actualidad a un 25% de la población activa en nuestro país, ocasiona a la sociedad que la soporta, un triple perjuicio. En efecto, el parado deja de participar en el proceso productivo; deja de cotizar a determinadas contingencias sociales y pasa a percibir la prestación por desempleo.
Todo lo anterior se afirma sin perjuicio de que el paro, o más exactamente, la falta de trabajo, afecta también negativamente, por la extensión e intensidad de la crisis, a los trabajadores autónomos, a las pequeñas y medianas empresas e, incluso, a las profesiones liberales.
Desde el punto de vista humano, que es el que más nos interesa, el paro convierte al que lo sufre en un ocioso involuntario y en un marginado social, amén de su baja autoestima y depresión anímica.
Los efectos negativos del paro se incrementan, asimismo,  cuando repercuten en la familia, provocando su crisis o agravándola. Como caso límite, se menciona el de las familias donde ninguno de sus miembros trabaja. Ante ese panorama y el escenario humano que presenta, los poderes públicos están obligados a la creación de empleo como la prioridad más urgente y necesaria.
Se nos dirá que crear empleo no es tarea fácil,; pero peor lo será si no se ayuda con medidas fiscales, crediticias o de rebaja de las cotizaciones sociales a los “empleadores” que es como se les llama a los empresarios en la Organización Internacional del Trabajo.
Conviene precisar que, en materia de empleo, tanto público como privado,  para la mayor productividad y creación de riqueza, debe observarse el principio de que “la función hace el órgano” o, lo que es lo mismo, que los empleos son para los empleados, y no los empleados para los empleos, pues es evidente que el empleo o puesto de trabajo es previo a los empleados que han de desempeñarlo. En definitiva, que donde “no hay función”, no debe haber ni crearse “funcionarios”.
Con la aplicación del anterior principio, se evita caer en la “empleomanía” o recurso que utilizan, a veces, los políticos para crear clientelismos dóciles pero antieconómicos, innecesarios e ineficientes. Finalmente, cuando el trabajo se presenta como un bien escaso, algunos propugnan, como medida de emergencia, repartirlo para ocupar a más trabajadores, reduciendo jornadas, horarios y retribuciones. Esta solución sólo puede aceptarse como transitoria y contingente; pero nunca como definitiva y permanente.

Los parados y la sociedad

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