EL novel especulador inmobiliario Ramón Espinar haría bien en incorporar el pulpo a las mariscadas barateiras que se come en la Galiza ceive, más que nada por solidaridad, porque cada vez que se asoma a Twitter le dan la del ídem. Lo inflan un día y al siguiente vuelve a por más. Quizá tenga un puntito de masoquista y dentro de un par de días aparezca vestido de cuero negro –black, diría su padre, el de la tarjeta de Caja Madrid– de la cabeza a los pies. Hubo quienes confiaron que la paternidad le haría cambiar, como le ocurre a tantos hombre, pero nada de nada. Guardó cibersilencio durante la etapa de aprendizaje del cambio de pañales, pero ha reaparecido y ¡zas! medio mundo malló en él. A Espinar se le ocurrió lanzar un tuit enseñándole los dientes al Supremo por el asunto del impuesto de las hipotecas y desencadenó una auténtica ciclogénesis que lo envolvió y casi acaba con él. ¡Qué triste ser un bocazas que se las da de santurrón!