Ser optimista en estos tiempos no es fácil. El panorama internacional aparece muy enrarecido, degradado, quizá como no lo había estado desde hace tiempo.
Las noticias que nos llegan de todas las esquinas del mundo no son alentadoras, nos hacen vivir en un constante sobresalto. Aunque lo más preocupante de todo es que nos oculten la verdad, la real, y no la que se construye en los despachos del poder. Sufrimos tal bombardeo de noticias, que llega un momento en que no sabemos a ciencia cierta dónde termina la verdad y empieza la propaganda, que es igual a la mentira, pero utilizando argumentos retóricos. Hay demasiados intereses que lo enturbian todo. Estamos ante lo que ahora llaman la “posverdad”, que significa que la honestidad ya no es relevante. Parece ser que en estos tiempos la decencia se ha convertido en una especie de antigualla devaluada, hasta tal punto que ya es sinónimo de estupidez o necedad. En otra época nadie hubiera creído que una cosa así pudiera llegar a convertirse en un anacronismo. Pero así están hoy las cosas.
Uno tiene la impresión de que la confusión existente no es por casualidad, sino que es promovida por fuerzas que se mueven tras bambalinas. La realidad es que vivimos en un estado de excepción no declarado. Las alertas, empezando por las del terrorismo, y siguiendo con las advertencias de terribles guerras, están condicionando nuestra forma de vida. Tal parece que transitamos al borde del abismo.
La guerra desinformativa que se ha desatado lo está alterando todo, está creando falsos escenarios. La “verdad” parece que no está, y lo peor es que no se le espera. Hoy se puede acusar un país, gobierno o político de cualquier cosa, no hace falta tener pruebas relevantes para ello. En muchos casos los únicos argumentos existentes son los que aportan individuos u organismos que se dedican al “oficio” de fabricarlos. Lo curioso es que los medios los difunden enseguida, sin ningún tipo de verificación. Aunque eso parece no importar demasiado a los que promueven el engaño, lo importante para ellos es que la mentira –o posverdad– surta efecto, puesto que así ha cumplido con su objetivo. La confusión hoy es de tal calibre que ya nadie sabe quién es quién, ni que hay detrás de cada acto; hoy las acciones de “falsa bandera” están a la orden del día.
No es fácil analizar este monumental y complicado “puzzle”, genera demasiadas preguntas y ninguna respuesta coherente o aceptable. Con frecuencia ocurre que las respuestas que nos facilitan los medios producen más confusión, algunas son tan chapuceras que no pasarían un test periodístico de credibilidad, sin embargo, poseen una gran influencia en la mayoría de las personas.
¿Qué está pasando? Es la pregunta del millón. De pronto parece que todo el orden internacional se está desmoronando debajo de nuestros pies, hay una sensación colectiva de inseguridad, de fracaso, parece que todo se hizo mal. En todo caso, el rumbo que están tomando los acontecimientos no deja mucho espacio para el optimismo, para la esperanza. Nadie sabe qué mundo heredarán las futuras generaciones, pero tal y como está la situación social, política y geopolítica, el futuro no pinta nada bien. La esperanza de un mundo mejor se está desvaneciendo, el que viene parece que será todavía más caótico. Lo curioso es que hay un paralelismo, aunque no es la causa principal sino un coadyuvante, entre los avances tecnológicos y los comportamientos ilógicos y deshumanizados.
Tenemos la esperanza de que todo esto no llegue al punto de “non ritorno”, como diría un italiano. Sería el final. Aunque tampoco es seguro que eso no vaya a suceder en algún momento en el futuro. No olvidemos que los intereses, la usura y el poder, además de la soberbia, son malos consejeros. Sobre todo cuando no se mantienen dentro de un marco razonable.
Actualmente hay demasiados puntos calientes en el planeta, muchos de ellos fabricados artificialmente, que están originando fricciones muy peligrosas. Esperemos que prime no ya el sentido común –eso es demasiado pedir a nuestra especie–, sino el instinto de supervivencia.