Catherine Burns repetía a menudo una frase que me mueve el alma por lo muy identificada que me siento con esas palabras: no es lo mismo contar una historia desde la cicatriz que hacerlo desde la herida… y, como dentro de mi mente novelesca y pensadora acostumbrada a narrar, cohabitan vivencias absolutamente imaginarias que cobran forma en varios de mis libros, junto con otras que he tenido la suerte o la desgracia de vivir en primera persona; he descubierto en mis propias carnes que para transmitir con objetividad, es necesario que transcurra el tiempo suficiente para ordenar sentimientos.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que, generalmente, la suerte es un momento de felicidad que contribuye a seguir construyendo proyectos, mientras que la desgracia suele acabar convirtiéndose en gracia. Tanto la fortuna como la calamidad no son más que dos impostores, una especie de hologramas engañosos y ficticios a los que, como decía Rudyard Kipling, hay que saber tratar de igual modo. Es cierto que, de entrada, la desgracia duele porque nos abre una herida que sangra durante mucho tiempo y que pasa a formar costra, a caer, a dejar la piel extremadamente sensible y a producir una marca o cicatriz… Pero con el paso del tiempo, muchas veces esta marca acaba convirtiéndose en un recuerdo entrañable, simplemente por el hecho de haber superado con éxito cada una de las fases anteriores.
Al hilo de lo que decía la famosa actriz teatral norteamericana, debo hacer hincapié en que durante el proceso de sanación que conlleva la lesión anteriormente mencionada, el malestar es indescriptible. Tendemos al auto engaño y nos devoran sentimientos como el dolor, la ira, el rencor, la falta de entendimiento o la rabia… Si en esos momentos decidimos contar la historia que nos ha llevado hasta ahí, lo haríamos dominados por todas y por cada una de esas sensaciones, así como presas de un rigor más cercano al corazón que a la cabeza. Sin embargo, si fuésemos capaces de mantener la boca cerrada al gran público durante las batallas que producen las más sangrientas heridas, posiblemente narraríamos los avatares de otro modo bien diferente. La perspectiva siempre ayuda a que las lesiones de toda índole se suavicen, se cierren y hasta se duerman.
Así que si ustedes sienten que están pasando un maremoto que los devora por dentro, traten de mantener la calma, porque si continúan caminando hacia delante con la cabeza alta y el alma a la espera, trabajando día a día en favor de una lenta cicatrización y sin marcarse grandes expectativas, es seguro que cuando la herida haya cicatrizado descubran que esta ya no duele y, que la historia que un día los desgarró, se habrá convertido en un lejano y constructivo recuerdo que servirá para ayudar a otras gentes y para hacerles mucho más humanos.