Los andamios de las constructoras ya tenían que estar enferruxados. Llevaban tanto tiempo arrumbados en los almacenes que si fuesen humanos estarían faltos de color, pálidos como un nórdico. Y de repente, ¡zas!, todos a la calle. Se aproximan las municipales y hay que aparentar que A Coruña es una ciudad normal, donde se conceden licencias de obra, donde se rehabilitan viviendas, donde el asfalto de las calles es más perfecto que el de un circuito de fórmula 1. ¡Qué grande es la Marea, nasía pa’ganá! ¡Qué rapidez para asimilar las costumbres de la casta! Porque la ley prohíbe las inauguraciones en período electoral, que si no Xulio Ferreiro, el Varoufakis de Gaiteira llegaría a votar con ampollas en las manos de tantos cortes protocolarios de cintas. Y qué pena también no ser una abajo firmante con una empresita dedicada las chapuzas, malo sería que no cayese chollito. Pero, por cierto, ¿la parálisis en la tramitación de las solicitudes no era culpa de los funcionarios? A lo mejor era de los que estaban en comisión de servicios. Acabáramos.