En un acto académico escucho las quejas de un buen amigo periodista sobre la aplicación del lenguaje no sexista. “Hasta las narices de tanta tontería”. Le doy la razón. Estamos llegando a un punto en el que nada parece tener límite y lo que en un principio debía ser un tratamiento lingüístico más equilibrado comienza a caer en el ridículo. Los políticos han sido los primeros en apuntarse al desdoblamiento de los sustantivos.
La RAE es clara y sensata: “La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas”. Estamos utilizando el lenguaje para resolver un problema sociológico e histórico. El lenguaje no es más que el reflejo de un comportamiento social aceptado y arraigado. En definitiva es lo que se denomina “matar al mensajero”.
Intentar cambiar el lenguaje a través de normativas, aunque sean sólo recomendaciones, no soluciona el problema de fondo: siglos de discriminación de género. Podemos duplicar los discursos con la práctica del desdoblamiento, lo fundamental es que la brecha salarial sigue marcando el mercado laboral, que las mujeres siguen siendo minoría en los puestos de dirección, que son ellas las que, mayoritariamente, asumen además de su trabajo el de casa y el cuidado de los hijos y mayores (perdón, personas mayores o mayoras?) etc.
La polémica se volvió a abrir con el II Plan Estratégico de Género donde se plantean recomendaciones para el uso de un lenguaje no sexista en el material educativo. Algunos ejemplos se sitúan en ese límite entre lo razonable y lo ridículo. Así, ya no es propio decir “ser español”, lo recomendable según la Junta es “tener nacionalidad española”. De la misma manera “becario” debe ser sustituido por “persona becaria”.
Lo más llamativo son las declaraciones de la consejera de Educación de la Junta de Andalucía en relación a la polémica suscitada por las medidas propuestas: “Algunas personas se encuentran más cómodas utilizando un lenguaje machista” ha afirmado sin miramientos.
Llevo ya unos años defendiendo desde esta tribuna la visibilidad para la mujer, denunciando discriminaciones, desigualdades y abusos y lo hago en mi idioma, con un lenguaje consensuado por una colectividad hablante. ¿Acaso mi lenguaje es machista?, ¿Acaso debo ser reprendida porque me niego a modificar la lengua y normas lingüísticas?, ¿Acaso la señora consejera considera que para luchar por la igualdad es necesario retorcer la lengua de Cervantes? Mi amigo periodista tiene razón… ¡Hasta las narices!