La semana pasada, en la presentación de un estudio sobre como los medios reflejaban el tema de la edición genética, coincidí con una excompañera que estudio conmigo hace unos años un máster de comunicación científica.
Ella es farmacéutica y, aunque no vende homeopatía, me reconoció con cierto rubor que si algún cliente se la demandaba ella se la conseguía, aduciendo a su responsabilidad de ofrecer los servicios que le solicita una población rural donde ella es la única farmacia.
El caso es que acabamos discutiendo, como no, sobre si la homeopatía tiene algún valor o no.
Mi excompañera me reconoció que no existen ensayos clínicos que demuestren su eficacia, es cierto.
Pero también que la Ciencia no lo sabe todo y que es posible que hoy en día no se hayan desarrollado los equipos con la sensibilidad suficiente para encontrar que en esas pastillas de azúcar existe una porción ínfima de los principios activos que argumentan que hay por esa memoria del agua que es el axioma sobre el que se sustenta todo el edificio de la homeopatía.
A pesar de su formación científica, con un doctorado incluso, no hubo manera de que diera su brazo a torcer, sustentándose una y otra vez en ese principio de que la ciencia no lo sabe todo y que aun nos falta mucho por descubrir. Un argumento que le compro, pero que no justifica esta defensa de la homeopatía basándonos en un “por si acaso”.
Es cierto que muchas veces los avances en la ciencia han hecho que aquello que se consideraban principios indiscutibles hayan acabado al final en la papelera, porque hemos descubierto nuevas cosas que contradicen lo que sabíamos hasta entonces. Y es algo bueno.
Otros en cambio, a pesar de las múltiples evidencias, se mantienen en sus trece y sustentan sus argumentaciones en principios nunca demostrados, como esa memoria del agua.
Pero este principio de prudencia no nos debería hacer caer en la falsedad de poner en duda todo el conocimiento científico. Porque hasta que se demuestre lo contrario, lo que dice la ciencia hoy es lo que debemos aceptar como verdad.
No podemos negar su validez o, peor aun, ponerla en igualdad con opiniones carentes de fundamento. No es que la ciencia no haya demostrado más allá de cualquier duda que en las píldoras de homeopatía no hay nada, es que debería ser la homeopatía quien demostrase que sí hay algo.