La generosidad es el privilegio del ganador. El que se lo puede permitir. Por eso no se entiende la prolongada incomunicación del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que barrió en primarias a sus adversarios internos, con señaladas figuras del partido cuyo imperdonable pecado fue apostar por Susana Díaz como candidata al trono de Ferraz.
La dirigente andaluza, el exsecretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, y el expresidente de la gestora que gobernó el partido en el interregno dimisión-reposición de Sánchez, el asturiano Javier Fernández, son quienes han hecho visible el problema en estos últimos días.
El pasado martes Sánchez y Díaz se reunieron por primera vez desde las primarias de mayo y la sensación de distancia entre ellos se impuso a cualquier otra consideración informativa sobre los asuntos tratados en su cita sevillana. Alguien dijo que falta tierra para enterrar tan pronto un hacha de guerra tan grande.
La mala relación entre Sánchez y su antecesor, Pérez Rubalcaba, ocasionó un lamentable malentendido por entender aquel que este había actuado deslealmente, a sus espaldas, en una presunta aproximación política a la coordinardora general del PdeCat, Marta Pascal. El malestar del actual líder socialista fue arbitrario, injusto, injustificado y totalmente innecesario. Le hubiera bastado una simple llamada al compañero de partido para saber que no había gato encerrado en un encuentro a la luz del día y ante numerosos testigos.
Más fondo ha tenido el contraste de la pasada gestión de Javier Fernández con la que está llevando a cabo Pedro Sánchez, frente al Gobierno del PP. La coartada es la misma en ambos casos: la política de Estado desplegada en su día por el ex responsable de la gestora y actual presidente de la autonomía asturiana, comparable a la que acaba de entrar en la agenda de Sánchez.
Me refiero al entendimiento con el Gobierno Rajoy en nombre de los intereses generales, la evitación de males mayores, la estabilidad del país. Llámese como se quiera, pero esas razones, las que llevaron a la gestora de Fernández a desbloquear la situación de ingobernabilidad creada en el año tonto de 2016 (con la persistente oposición del sanchismo, anclado en el “no es no”), son las mismas que ahora invoca Pedro Sánchez para llegar a pactos de Estado con el mismo Gobierno y el mismo partido en el poder. Las mismas.
Algo deberían hacer los actuales dirigentes del PSOE para evitar el riesgo de descapitalización humana que corre lo que ellos llaman “nuevo PSOE”, empobrecido por una alarmante pérdida de memoria política. Es lo que tiene desdeñar la experiencia, la opinión, el consejo y la colaboración de quienes lo dieron todo y ahora se sienten desplazados al trastero de la política.