La Reforma administrativa, una tarea permanentemente inacabada, debe de apoyarse sobre tres pilares básicos: la reordenación de la política de función pública y de la carrera administrativa; la reestructuración organizativa y de los métodos de trabajo y la implantación de nuevas técnicas de relación y colaboración con el público, favoreciendo la participación directa de los ciudadanos y la posibilidad de ofrecerles una información rápida y transparente. Su éxito depende del mayor grado de interactividad y de la potencial incidencia de sus objetivos en el “modus operandi” de las propias organizaciones.
La reforma es siempre necesaria. Ahora bien, puede, en su aplicación, como es sabido, originar recelos y exige, además, que sean aceptados los cambios de comportamiento y mentalidad que la misma conlleva. La doctrina ha puesto de relieve los obstáculos que, con carácter general, encuentran las reformas administrativas para llevar a cabo sus objetivos. De entre todos ellos se destaca la resistencia al cambio de los órganos administrativos afectados. Por ello, resulta imprescindible una implicación de la totalidad de los agentes operantes dentro de las organizaciones, para así poder alcanzar la diversidad de objetivos de la reforma, y obtener unos resultados positivos del conjunto de medidas propuestas.
No será posible, por tanto, ninguna reforma en la esfera de la Administración Pública sin la intervención, participación e identificación con ella, del elemento humano, que es, lógicamente, el capital más importante.
De ahí la pregunta ¿sería posible una reforma de cualquier Administración Pública, ya sea Central, Autonómica, Local o, incluso, Universitaria, sin la labor de formación continua del personal; sin la posibilidad de que se integren y actualicen en un nuevo marco de relación con la sociedad?
La respuesta es evidente. Cualquier reforma que no esté acompañada de una labor de modernización que afecte al campo de la formación continua de las personas que forman parte del aparato administrativo, está irremediablemente condenada al fracaso.
Ahora bien, esa labor formativa no puede centrarse exclusivamente en las modificaciones de carácter tecnológico, operativo, estructural, de contratación e, incluso, organizativo que la misma implica.