galdácano (Vizcaya), febrero de 2008, una niña cae desde una ventana del colegio en que estudia y queda en coma; su profesor, Andoni Moreta Hernández, siente que se le rompen en la boca las palabras con que conjurar lo azaroso del fatal destino. En su angustia da un paso, luego otro: camina. Fallece la niña y nace él al camino.
Oñate (Guipúzcoa), marzo de 1979, un joven guardia civil ve como su compañero estalla en pedazos al hacer explosión la bomba que trata de desactivar, intenta en vano descifrar lo planificado de ese maldito azar yendo y viniendo en una puñado de pasos. Se detiene, toma un papel y dibuja una palabra, luego otra: escribe. “Íbamos de un extremo al otro/del pequeño patibulum,/buscando remediar/la gigante urgencia de la angustia…”.
Paso a paso ha recorrido Andoni 23.000 kilómetros, y en 130.000 palabras he escrito el libro “La hija del txakurra”. Andoni ha oído hablar de él y desea leerlo. Me busca y dice: “Quiero ese jodido libro”, se lo entrego y dedico, como merece su humanidad erguida en la dignidad, su dignidad alzada en el camino. Me cuenta que ha hecho de este su vida y de la vida palabras. Intuyo que por fin ha podido verbalizar en algo el horror de la caída. Lo abrazo y digo: “Necesito esos jodidos pasos”. Y siento que en ese gesto he andado un trecho de aquel que mediaba entre el horror del cadáver y la necesidad de entender.
Pasos y palabras, eso somos, y en ese ser nos hemos sentido y entendido.