Miles de españoles no pudieron despedirse de sus padres, ni tomarles de la mano ante de morir, ni saber durante muchas horas si estaban vivos o muertos, e ignorando también donde se encontraban sus restos. Eso ocurrió hace varios meses, Medio año después, tampoco podrán acudir al rito del Día de Todos los Santos, porque unos expertos desconocidos han cerrado ciudades y comunidades, y no se pueden visitar las tumbas de nuestros muertos, y poner una flor de recuerdo y nostalgia, de cariño y dolor.
En el terreno más prosaico, miles de españoles afectados por el confinamiento y reclusión, en el segundo trimestre de este año de desgracias todavía no han cobrado los Ertes, por la irracional organización de una Administración, que posee centenares de oficinas de empleo, que sólo dan empleo a los que trabajan en esas oficinas de empleo, algo así como si los socorristas se dedicaran a salvarse a sí mismos, mientras los bañistas se van ahogando a montones. Eso sí, los que tuvieron la suerte de cobrar los Ertes, y volvieron a abrir los establecimientos, muchos de ellos han ido directamente al paro, porque el restaurante, el bar o la cafetería en la que trabajaban, ha dejado de existir.
Menos mal, que los ministros se han subido el sueldo en el mismo porcentaje que los funcionarios, aunque hay funcionarios como los médicos y los profesores que se lo merecen, y otros que, en un aluvión de paro que llegará al 20%, su subida, unida al privilegio de tener el trabajo fijo y asegurado, levanta suspicacias entre los que forman parte de la quinta parte de españoles sin trabajo. Los ministros, naturalmente, creen que se lo merecen, y puede que tengan razón, porque eso de no saber cuántos españoles han muerto, no ya con exactitud, sino con alguna aproximación, cansa tanto como presumir de un comité de expertos que nunca existió. Y, afortunadamente, nadie protesta en este país de santos e inocentes, salvo conocidas excepciones.