Aun rey se le pueden pedir muchas cosas: que abdique, que se vaya, que promueva y convoque un referéndum para que la nación decida entre Monarquía y República, que, en el caso de que ésta última opción gane, se presente, si quiere, como candidato a la presidencia, que renuncie a la mitad de lo que cobra, que alterne con los trabajadores, con los parados, con los desahuciados, o que improvise algo en sus discursos. A un rey se le pueden, y se le deben, pedir muchas cosas, pero lo que no se le puede pedir ni a éste que tenemos ni a ninguno es que no defienda la integridad física y política del territorio en el que reina.
A otro rey, el del Tuit, Gabriel Rufián, no le ha parecido bien que, en su mensaje navideño, Felipe VI no haya dicho que sí, que vale, que bueno, que los ‘indepes’ se queden con Cataluña para ellos solos, y, nunca mejor dicho, Santas Pascuas. Al hogaño formalito portavoz parlamentario y antaño conspicuo hacedor de ‘performances’ gamberras, las vacaciones del Congreso le han regresado a su antiguo ser, el de ‘enfant terrible’ y tuitero, y qué mejor que el mensaje regio, que siempre es un poco marciano de suyo, para demostrar a la parroquia que no ha perdido facultades: lo ha comparado con un mitin de Vox. Ahí queda eso.
Se comprende que Rufián no haya querido perderse en la tele el discurso del Rey, incluso desobedeciendo la campaña ‘indepe’ de no verlo, pues esos mensajes navideños, cualquiera de ellos, de cualquier año, dan para mucho. Es una pena que, en tanto los ciudadanos escuchan al monarca, éste no puede oír lo que le replican aquellos, mas para suavizar esa brutal asimetría, esa carencia democrática, está Gabriel Rufián, aunque, lamentablemente, escorado del todo hacia el pensamiento único de la secesión, lo cual es otra pena, pues de alguien que se reputa de izquierdas se esperaría una mayor resonancia social, republicana, y no esas pamplinas de neoseñorito.
El discurso del Rey de éste año que agoniza ha sido, poco más o menos, como el de todos los años, una cosa como de otro mundo y de escaso valor político y oratorio. Pero es que a un rey, por habitar otro mundo precisamente, no se le puede pedir que sepa gran cosa del nuestro, exento de besamanos, genuflexiones y privilegios, y sí, en cambio, cualquiera de las cosas enumeradas en el arranque de ésta columna. A Rufián, por el contrario, sí cabría pedirle otras cosas, que se curre algo más sus adorados tuits sin ir más lejos.