Las noticias sobre edición genética que nos llegan de China son una constante, muchas veces rayando en lo que se considera éticamente inaceptable cuando no sobrepasando las líneas rojas que los investigadores del resto del mundo se han marcado.
El caso más sonado fue a finales del año pasado, cuando modificaron a dos gemelas para suprimir un gen que codifica el receptor que usa el VIH para entrar en las células inmunes. Es cierto que entonces el propio Gobierno chino se apresuró a detener este tipo de ensayos y prometer regulaciones estrictas. Pero no parece que hayan ido más allá de una declaración de intenciones.
Desde que en 2015 el equipo de Junjiu Huang, de la Universidad de Sun Yat.sen, en Guangzhou realizó la primera edición genética de embriones humanos con la técnica CRISPR, unas tijeras que permite cortar y editar el ADN de forma sencilla, China ha estado liderando las modificaciones genéticas no germinales, sobre todo enfocados en el tratamiento del cáncer y del VIH. Mientras en los países occidentales las manipulaciones embrionarias causan reticencias mayoritarias, en el gigante asiático ni la opinión pública ni el ámbito legislativo parecen poner tantas cortapisas.
Este vacío legislativo y permisividad favorece la proliferación de todo tipo de experimentos que en otros países estarían muy cuestionados.
El principio de prudencia es el que rige en la mayoría, entendiendo que muchas veces el beneficio que una terapia puede aportar es menor que el daño que pueda causar, por el desconocimiento sobre como esta actuaría a otros niveles. Aún nos falta mucho camino por recorrer para entender exactamente todos los mecanismos y posibles efectos secundarios de una edición de nuestro ADN.
Y no es una excusa que se lance desde Occidente al ver como China va liderando la carrera.
Directivos de la Sociedad China de Bioética se han quejado recientemente de que la promesa de fama y fortuna está pesando más en los investigadores de su país que el genuino deseo del descubrimiento o el afán de ayudar a las personas.
Estos bioéticos chinos piden regulaciones y registros sobre edición genética para evitar que su país se acabe convirtiendo en un Salvaje Oeste de la biomedicina, avisando de la necesidad de que el propio Gobierno empiece a hacer cambios sustanciales para proteger a otros de los efectos potenciales de experimentos peligrosos.