Nunca creí que pudiera llegar a ver algo parecido, me refiero al famoso ataque a la tierra de los marcianitos cabezones de la película de Tim Burton. Pero la realidad a veces supera incluso a la ficción: aunque no lleguen en platillos volantes, últimamente pululan por la tierra una especie de alienígenas armados con lanzamisiles de dialéctica populista y facilona, que disparan sin ton ni son contra todo lo que se mueve; empezando por el ejército y la policía, siguiendo con la monarquía, la religión y cualquier cosa que contradiga sus ideales libertarios e igualitaristas.
Desde luego resulta inútil e incluso arriesgado tratar de dialogar con ellos, lo menos que te puede ocurrir es verte en medio del fuego cruzado de sus descalificaciones e insultos. Su éxito radica precisamente en eso, en su chulería y falta de escrúpulos que tanto atrae a los papanatas; sin darse cuenta de que acabarán ellos mismos siendo sus víctimas. En la famosa película de Tim Burton hay quien termina, después de pasar por el laboratorio de los desalmados extraterrestres, con cabeza humana y cuerpo de perro o de cualquier otro vicho, a modo de experimento. A alguno le parecerá que es la mejor manera de acabar con las diferencias que tan injustamente, según los progres, impone la naturaleza entre los seres vivientes. Pero en realidad es todo un símbolo de lo que puede ocurrir con tanta demagogia y tanta zoofilia.
El número de abducidos por la marea es incontable, como en la gran explanada de la película, un buen grupo de curiosos y admiradores incautos se reúnen dispuestos a disfrutar del espectáculo, a riesgo de acabar siendo arrollados por la demagogia barata y fullera de los antisistema. No faltan las cámaras de televisión, los periodistas, además por supuesto de pacifistas y partidarios de cualquier novedad que les pueda distraer de su mediocridad o aburrimiento. Aunque lo peor son los despistados, gente normal que pasaba por allí, sin saber muy bien lo que ocurre y acaba sumándose al jolgorio, aunque solo sea por miedo a quedar mal.
También, como muchas veces suele ocurrir en las películas, no sé si habrá algún héroe dispuesto a enfrentarse, él solito, a tanta marabunta y a tanto desatino. Lo desaconsejo vivamente, lo único que digo, aceptando de antemano cualquier insulto o descalificación que se me pueda dirigir, es que personalmente no me sumo a esta especie de carnaval ideológico, dejo los aquelarres callejeros para quien quiera disfrutarlos. Sólo advierto que suelen acabar mal, como por desgracia pude comprobar en mi propio ámbito de trabajo, el universitario, productor principal de alienígenas y marcianos de última generación.