MEDIOCRIDAD

Es fácil instalarse en la mediocridad, incluso puede estar bien visto. El problema no radica en que uno, ante lo complicada y difícil que puede resultar la vida, opte por no plantearse retos que pueden llegar a sobrepasarle. Eso puede resultar más o menos normal, lo que resulta un poco menos razonable es que, ante quienes sí están dispuestos a tomar el camino complicado o exigente, la sociedad o buena parte de ella acabe por calificarlos de venados, anormales o poco menos que locos.
Existe una especie de mediocridad social que caracteriza al famoso “estado de bienestar”, en sus connotaciones menos positivas, que algunas tiene. Parece que cuanta más prosperidad y seguridad ha alcanzado, nuestra sociedad deja de estar dispuesta a asumir determinadas situaciones, que le parecen peligrosas cuando no claramente onerosas.
Esta actitud, como mínimo miedosa, por no decir cobarde, ante la exigencia puede conllevar graves inconvenientes, pues por mucho que nos empeñemos en conservarlo, el bienestar es siempre fruto del esfuerzo y del sacrificio, y lo mismo ocurre con el progreso. Una sociedad que cae en la mediocridad acaba irremisiblemente en la decadencia, no faltan ejemplos históricos.
Un factor muy significativo a este respecto es el de la natalidad, cuyo descenso es característica casi común de los países más desarrollados, especialmente europeos. Entre ellos, por supuesto, se encuentra España y de forma particular Galicia. En este último caso hay muchas razones que lo podrían explicar, pues ha sido siempre un país de carencias y emigración, aunque se trate, sin duda, de uno de los mejores sitios posibles donde venir al mundo y vivir.
En todo caso, el problema de la natalidad no radica en quien claramente no puede tener hijos; más bien apunta a quien podría y no quiere. Siendo esto último totalmente legítimo, en una clase media acomodad y con un estilo de vida no precisamente problemático, incluso en épocas críticas como la actual, no parece del todo lógico. Los hijos son una carga y una responsabilidad y, según opinión bastante generalizada, tener más de dos es una locura. No sé si este es un nuevo dogma de fe o una excusa, generada como verdad políticamente correcta, por quienes no aceptan la opinión contraria, la de que sacrificar buena parte de la vida por los hijos vale la pena. Puede incluso que haya algo de envidia; sólo quiero decir que ser una familia numerosa es una gran experiencia, y todo al margen de planteamientos dogmáticos e, incluso, morales. Se trata de no tener complejo ante la mediocridad, sobre todo por parte de quienes han tenido el valor de romper los límites que trata de ponerles una sociedad pacata y egoísta.

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