Víctor Gil Muñoz llegó a Tailandia en 1964, tras estudiar en la Universidad de Londres Ciencias Químicas. Regresa a España un mes cada tres años para visitar a la familia y, como en esta ocasión, para colaborar en campañas como la de Manos Unidas “Plántale cara al hambre: siembra”, con la que ha estado en centros como Mercedarias, Discípulas de Jesús o Santiago Apóstol contando su experiencia en la “Escuela de Bambú”.
En Tailandia ejerce la docencia en la frontera con Birmania y siempre mostró su preocupación
por que los colegios fuesen asequibles a las personas sin recursos, promocionando la concesión de becas.
En 2008, trabajando con la comisión católica de emigrantes, que ayuda a varias escuelas pequeñas que están en Birmania, conoció que en Tailandia, en la frontera, había un centro que había pedido ayuda y no había recibido nada. Era una escuela pequeña de doce metros cuadrados, con cinco profesoras y sesenta niños. Llevaban ocho meses sin ninguna ayuda y estaban a punto de abandonar. Como explica Víctor Gil, “a la vuelta a mi comunidad, presenté la situación de esta escuela. Poco a poco fuimos asumiendo la responsabilidad y de los 60 alumnos pasamos en tres meses a 80 y después a 120. En 2009 ya había 250 niños, aparecían niños de todas partes. Tuvimos que crear aulas, profesores, comida, transporte, etc”. Así nació la “Escuela de Bambú”, llamada así por el material en el que está construido.
Entonces, comenzaron a plantear un proyecto encaminado a que los niños pudiesen optar a la escuela pública del Ministerio de Tailandia, ya que allí se encuentran en tierra de nadie, sin derechos. Lo primero fue enseñar el idioma –hablan su lengua local o de tribu karen, lengua mon, birmano– y también paliar las necesidades urgentes a nivel humano, académico y religioso, comenta este misionero.
Los problemas son el día a día de esta comunidad. La “Escuela de Bambú”, situada muy cerca de Birmania, no gustaba a los militares por el riesgo para la seguridad nacional, por eso desde la congregación de La Salle se procedió a comprar dentro de Tailandia, a 13 kilómetros de la frontera, una parcela y montar un nuevo centro, para comenzar a impartir la enseñanza Primaria, de 1º a 5º, por el momento.
“Tenemos 500 niños, hijos de emigrantes sin papeles, no reconocidos por el gobierno, porque no tiene firmado el protocolo de la ONU de no discriminación de la educación. Como actualmente habrá unos dos millones de birmanos, se calculan 200.000 niños. Afortunadamente la situación va cambiando y hay mayor responsabilidad sobre educación”, indica este misionero. De hecho, como explica Víctor Gil, en la “Escuela de Bambú” hay 200 niños en una parte alegal, no reconocida, pero otros 300 cursan Primaria ya como sucursal de una escuela del gobierno.
formación
El trabajo no se limita a la enseñanza, alimentación o donación de ropa y libros para los niños. También hay una escuela nocturna para padres, para que aprendan a leer y escribir en tailandés, de modo que puedan integrarse en la sociedad. Gestionan, además, el hogar “Cielo azul”, en el que hay unas 16 niñas abandonadas, que no podrían estudiar sin este hogar.
¿Cuál es el futuro de estos niños?. Víctor Gil explica que “pasa porque si acaban sexto de Primaria pueden acudir a la escuela del gobierno y conseguir un carné de color amarillo y continuar su educación. Lo negativo es que tiene sus costes, transporte, etc, y quieren que seamos nosotros los que continuemos ayudándoles, asumiendo la educación Secundaria, por eso hay que buscar fondos para poder continuar”.
Del mismo modo que ahora este misionero colabora con Manos Unidas en la campaña “Plántale cara al hambre: siembra”, también en Tailandia han recibido el apoyo de esta organización, que ha colaborado con la adquisición de un camión. “Tenemos una escuela que está a 13 kilómetros de la frontera y contábamos con un camión pequeño. Nos han donado los 44.000 euros que necesitábamos y ahora podemos trasladar a 86 niños, sin esta ayuda sería imposible”, explica agradecido.
En un país budista –de 64 millones de habitantes el 92% son budistas y solo un 0,4% católicos–, este misionero es un oasis de su religión, cuya propagación no es ni mucho menos un objetivo prioritario. Así, explica que “casi todos los niños y todos los profesores son budistas. La relación es muy buena y el primer deber de la escuela católica es la convivencia pacífica, amigable, algo que todos juntos hemos logrado. Profesores y hermanos tenemos buena relación y poco a poco van apreciando nuestra religión. El papel de la escuela no es una lucha entre religiones sino convivir pacíficamente. Queremos que aprendan, prepararlos y apoyarlos”.
Tras “plantar cara al hambre” todos los días en Tailandia, ahora este misionero ha puesto su experiencia a disposición de Manos Unidas para ponerle cara a la actuación que se realiza en muchos países con los fondos que se consiguen con donaciones.
“No solo es sembrar comida, sino capacidades, cultura, dignidad y sensibilidad, también en los gobiernos. El hambre existe y hay que responder pero, sobre todo, a largo plazo, con educación, salud y capacidad para que las personas puedan conocer sus derechos e integrarse en la sociedad. Con eso nos conformamos”, concluye este misionero que pronto volverá a su día adía en la “Escuela de Bambú”.