Las orcas tienen una posición muy especial dentro de los mamíferos marinos. Son la especie de mayor tamaño dentro de la familia de los delphinidae, pero se encuentran bastante alejadas de los pesos pesados en el infraorden de los cetáceos. Sin embargo, aun siendo menores que sus “parientes” los balénidos, se encuentra en la cima de la cadena alimentaria, cazando tiburones, calamares gigantes y ballenas, lo que las convierte en un superdepredador.
Curiosamente, se trata de un animal que siempre ha mantenido una buena relación con los humanos –el término de ballena asesina se debe a una mala traducción de los marinos británicos al término asesina de ballenas, usada por navegantes españoles en el siglo XVIII–, no registrándose ninguna agresión a personas –que no embarcaciones– salvo en circunstancias muy concretas y generalmente en contextos de cautividad.
Es precisamente por ello que los ataques registrados durante las últimas semanas en el litoral español, y especialmente la semana pasada en la costa de Cedeira –ayer mismo se tuvo constancia de uno nuevo en el Cabo Prioriño– siguen desconcertando a los biólogos de la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma), los cuales continúan investigando los incidentes y han optado por no comentar nada con los medios hasta que sus pesquisas terminen. La teoría más extendida, no obstante, es que en realidad estaban “jugando”, aprendiendo a cazar –se cree que se trata de un grupo de ejemplares jóvenes huérfanos–, aunque sin intenciones hostiles. Sin embargo esta imagen es muy diferente cuando se es el otro protagonista de la historia.
Alfonso Vega, navegante vasco afincado en Gijón y patrón del “Urki I” –el segundo velero atacado el pasado lunes 14– narra que ni él ni su acompañante habían visto nunca algo similar. “Salimos de Fisterra hacía tres días por la mañana, y a las doce y media de la noche, cuando estábamos aproximadamente en frente de A Coruña, escuchamos por radio un ‘mayday’ de un barco francés. Era una de las tripulantes muy nerviosa y llorando, diciendo que les estaban atacando las orcas”, relata. Vega se puso entonces en contacto con Salvamento Marítimo para ofrecer su ayuda, pero le dijeron que no sería necesario, que continuase su rumbo.
“Estaba yo al timón en ese momento [sobre las tres de la madrugada]; venía un amigo mío conmigo en el barco que estaba durmiendo, y fue cuando recibí el primer impacto. Ni las vi, ni las escuché, ni las sentí llegar. Sencillamente recibí un golpe por detrás como en un coche cuando estás parado en un semáforo. Caí al suelo del barco, me quemé las manos con la fricción del giro del timón y ahí empezaron los golpes”, continúa. El ataque, cuenta el marino, duró más de una hora, con uno de los ejemplares mordiendo el timón mientras que el resto golpeaba y arrastraba el velero. “Durante todo este tiempo estuvieron jugando con el barco como si no fuese una embarcación de siete toneladas, como si fuera una pelota. Nos daban vueltas de 360 grados, cogían el barco y lo empujaban a cuatro o cinco nudos y luego nos daban otra vuelta más... Y claro, sujetos al barco mi compañero y yo y sufriendo una impotencia brutal”.
Lejos de amilanarse, las orcas continuaron su acoso al barco incluso cuando este comenzó a ser remolcado –desaparecieron momentáneamente cuando llegó Salvamento Marítimo, aunque al poco regresaron– y no cesaron su ataque “hasta entrar una milla en la ría de Cedeira”.
Ya en tierra y con los barcos fuera del agua se pudo hacer un balance real de daños. Los cuatro timones de las tres embarcaciones –dos veleros y un catamarán, este último llevado a A Coruña– terminaron destrozados, aunque por fortuna no hubo que lamentar daños personales. l