Cierto apremio o desacorde (desajuste podría ser también la palabra) dentario me llevó a contactar este mes de agosto con mi clínica madrileña, Sanzmar, allí donde la calle del Buen Suceso bascula entre Princesa y Rosales. Yo estaba en Lanzarote, en Playa Blanca, tostando las ideas o haciéndolas maquinar con Lobos y Fuerteventura en el horizonte.
Allí estaba, precisado de una buena conexión odontológica. Y mira por donde, las llamadas entre Madrid y Lanzarote acabaron en Ferrol. Porque Ferrol está, ¡cómo no!, en Arrecife de Lanzarote, en la clínica del doctor Abelardo Nores Lorenzo, Amigos de Porto Nao, 1, muy cerca del Puente de las Bolas y del Charco de San Ginés.
Y es que a mi SOS respondió Isabel Linares, mujer (viuda no le cuadra, aunque lo sea) de Abelardo, ferrolana ella también de la Plaza de España. Abelardo murió en 2002, tan joven que el corazón se alborota más todavía. Como lo hizo el mío en su momento cuando Álex, su hermano, me dio la mala noticia. Álex, huésped de la generosidad fraternal en Lanzarote, hace mucho también de esto, y por ahí tengo cartas y postales que me mandaba, escritas en un gallego delicioso, previo a las normativas.
Lo cual que la clínica que gestionan Isabel Linares y Diego Nores Linares, y en la cual opera Abelardo Nores Linares (todo en casa, pues, en casa grande) sigue rotulándose, Abelardo Nores Lorenzo, y tal vi en el cartel de entrada, refugiado del sol conejero en una calle a la sombra, que no sombría. Sombra caritativa al sol del este de Lanzarote.
Esta clínica, pionera en Lanzarote en tantas cosas, donde la ética y la estética (yo estático mientras me desencajaba el desacorde, me afinaba, por lo tanto, el doctor onubense Chicho Mendoza, tan tenaz como yo mismo y cierto tornillo pasado de rosca) se dan la mano, fue creada en 1986.
Entonces Lanzarote iniciaba el “boom” turístico, en todo caso aplacado gracias al esfuerzo de héroes de la belleza como César Manrique, que con la complicidad de algún presidente de cabildo igualmente heróico mandó parar la “desfeita” que se anunciaba y nunca llegó a ser. En todo caso pocas eran las clínicas odontólogicas conejeras (gentilicio para los habitantes de Lanzarote, más económicamente expresivo que lanzaroteños). Abelardo Nores Lorenzo haciendo cierto el dicho que dice que el que da primero da dos veces. Y muchas más, claro.
Hoy su clínica, ya ven mi experiencia propia, más que empujada por el azar por la “Sanzmar connection”, y el doctor Mariano Sanz es referencia inexcusable en el campo odontológico español, como punto y razón propios en la isla de los volcanes.
Lo que me parece normal porque, trato profesional aparte, mi asunto siendo sencillo era difícil (valga el oxímoron), aprecié por parte de Isabel Linares y quienes la rodean una perfecta “humanización” del oficio, al cabo, lo que cualquier ciudadano desea.
Por supuesto que tuvimos, antes y después, una conversación cálida, con Ferrol subido al cielo, casi siempre azul (a veces la “panza de burro” se deja ver, pero tiene también su cosa) de Lanzarote.
Y es que Ferroliño es mucho (lo es todo para los de aquí y, aun, para quienes nos conocen). Y en aquel Ferrol de los años cincuenta, que iba hacia arriba como un cohete, es cuando conocí a Abelardo Nores. Condiscípulo en las Disciplinas, primero en el Edificio Albarrán, luego en el Chalé de Antón (donde hoy se emplazan). Abelardo era el chico bullidor y simpático, “caco” (ojo con esta expresión del idiolecto ferrolano que hoy valdría para malote “ma non troppo”) y aficionado al fútbol, que practicábamos con una pelota “Gorila” en la Plaza de San Francisco o en la del Jofre.
Con Abelardo alternamos en su casa de la calle Rubalcaba, y tengo una imagen bastante nítida de sus padres, serio y afable aquel doctor Nores, elegante y de voz agradable. Luego, en los sesenta, dejé de ver a Abelardo, estudiante en internados de Coruña y Vigo, mientras yo me aferraba a aquel instituto espléndido, así lo digo, porque así lo siento, que me formó y –aun– forjó.
Coincidimos en Santiago, pero aquel Santiago, aun siendo reducido en estudiantes (cinco mil, apenas), marcaba diferencias, y yo, la verdad, andaba por otros derroteros.
Con todo en nuestros encuentros casuales había aquella vieja afabilidad de los amigos primeros, o de los amigos, primero, de Les copains d’abord, de Georges Brassens que estoy escuchando ahora mismo. Y es que no hago sino volver a mis clásicos.
Con Abelardo, en fin, reaparecí en el Cuartel de Instrucción, setiembre-octubre de 1973, y el temor de mi amigo a que lo hiciesen cabo “verde”, metonimia esta que lejos de la brillantez literaria (o cromática) implicaba una milicia más esforzada y –sobre todo– duradera. Y fueron días divertidos, disfrutando de la rapidez mental de Abelardo Nores, y de aquel sentido del humor que le bailaba en la mirada. Y es que Abelardo cuando reía lo hacía con los ojos. Un matiz.
Abelardo, ¡qué pena!, ya no está. Pero ha dejado detrás de él una obra importante, y una familia, entregada a proseguirla. De Isabel Linares, de la plaza de España, solo diré que es un encanto, puro sentimiento y, vuelvo a decirlo, profesionalidad.
Confirmación, ya saben, que dondequiera que vayamos encontraremos a algún ferrolano. (Fondo musical: Un gallego en la luna, versión Zapato Veloz, con aquel nachiño que venía de Ferrol, aunque sin intenciones galénicas como las de Abelardo Nores Lorenzo). A quien he vuelto a encontrar tantos años después en Lanzarote. Aunque no estuviese. Pero estaba.