Dos que ya no están

Dos que ya no están
Diario de Ferrol-2019-03-10-016-63bb44d1

Un año después de que Fredi de Araoz, el tripulante de esta Vespa, verano de 1958, nos hubiese dejado acaba de marcharse Teresa Araguas, mi hermana, en la foto acogida a los brazos de nuestro primo, versión Álvarez, al borde los dos de nuestra casa, de Xuvia-Neda. Donde Teresa había nacido el 1 de setiembre de 1956. Me dolió la muerte de Fredi, me aterra la de Teti, porque si la muerte es siempre absurda, lo es mucho más cuando se salta los escalones naturales y toma su presa en un azar caprichoso. 

Eso es el mester/ misterio de vivir, ya lo comprendo, y sin embargo qué difícil se hace entender todo esto. Asimilar que quien quieres (y que tanto ha querido) se va, en un viaje que no debiera de ser el final (y el propio Dylan tiene una canción al respecto, Death is not the end), puesto que mientras haya una sola persona que vibre con el ausente este vivirá de un modo u otro.

Argumento que me repito en estos días amargos, en que el espectáculo tiene que seguir y conviene salir de casa ya llorados. Aunque los ojos duelan, y el sol de ese verano ni de tantos otros ya consumidos pueda volver a repetirse.  De Fredi tengo el recuerdo admirativo de quien jugaba muy bien al fútbol y era ingeniero industrial y se llevaba a las chicas de calle. De Teresa, sus silencios de profesional de la medicina, eficaz y generosa, tan pura discreción que estos días aprendo cosas que ignoraba de su espléndido currículum como médica entregada, ¡entregada!, a la gestión hospitalaria en Madrid, Coruña, Vigo y vuelta a Coruña, donde acaba de irse con ese pañuelo de adioses estoico que guardan los bien nacidos. 

Teresa en la casa del Portazgo, de Xuvia-Neda, al lado de lo que era entonces serrería (de Don Andrés Orosa, alcalde de Neda) y hoy está “Barriga Verde”, donde supe de ella por vez primera aquella mañana del 1 de setiembre, el mundo convulso por la crisis del Canal de Suez. Y la música que venía de la carretera la de la apisanadora planchando el chapapote y el bostezo del tranvía número dos, luego de completar la subida de la cuesta de Xuvia.  Y dentro de casa alguien cantaba, Valentina López, de Moeche, tal vez, “Doce cascabeles” o “Soy minero”, no sé.

A lo largo del tiempo mi trato con Fredi fue pequeño, nos separaban años y geografías, pero tuve siempre hacia él ese cariño y respeto que se acogen a las raíces del viejo tronco familiar. 
Con Teresa (años de aprendizaje en Ferrol, en el Marcide) cultivé un trato lleno de silencios, el que según Wittgenstein solo debe romperse si es para mejorarlo, donde se podía entender casi todo, hasta el vuelo de una mosca arrullada por alguna canción de Carlos Vives (a los dos nos encantaba “Clásicos provinciales”). Los dos de la Vespa ya no están con nosotros. Teresa desde el lunes 19 de febrero de este año. 

Se nos fue en el hospital coruñés que ella misma había dirigido en alguna de las estaciones de una vida plena pero corta de más. Y eso entristece especialmente e irrita, y hace pensar en lo absurdo que es todo. Sino el deseo de que el viejo Dylan, tan en activo todavía que su actitud reconcilia con el paso del tiempo y su usura, haya dado en el clavo al escribir: “Cuando te encuentres en encrucijadas/ imposibles de entender/ recuerda que la muerte no es el final”. 
Buen viaje a los dos. A Fredi que se nos fue hace un año. A Teti que se nos acaba de marchar. Fredi protegiendo la fragilidad de la pequeña en una “scooter” detenida en un tiempo que la instantánea nos devuelve al sol de agosto. Los dos ya, sin duda, en las verdes praderas del recuerdo de quienes aquí seguimos. Eso por descontado.

Dos que ya no están

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