Plaza Pardo de Cela

Plaza Pardo de Cela
Vista general de la plaza Pardo de Cela, en la villa de A Graña | jorge meis

Hoy esta sección se desplaza a una zona del municipio de Ferrol por la que siempre he sentido un interés espcial: la villa de A Graña.
Ya sé que se han escrito varios libros sobre ella (creo que los he leído todos) con distintos enfoques; por eso, por mi larga experiencia personal respirando sus aires en la Base Naval allí situada y por mi afición a buscar y leer documentos antiguos en archivos públicos y privados, creo que conozco bastante su historia, apasionante en muchos momentos, y algunas historias individuales de las que tal vez algún día hablemos.
Pero hoy vamos a hablar solamente de su plaza, y más concretamente de los nombres que a lo largo de estos tres últimos siglos ha tenido, han sido “Constitución”, “Giner de los Ríos”, “General Franco”, y, actualmente, “Pardo de Cela”, aunque ya sabemos que los nombres oficiales pocas veces responden a una demanda popular, sino que la autoridad del momento lo escoge (con más o menos acierto) por motivos varios, de lo que se deriva que el nombre oficial en ocasiones sea bien distinto del que utiliza el pueblo.
Uno de esos documentos que antes he citado, hacía referencia a una reforma de la plaza. El año 1925, el arquitecto municipal de Ferrol –Rodolfo Ucha– presentó un proyecto para ello, con plano a escala 1/300 en el que se veía una plaza de forma rectangular, con dos posibles soluciones; para ello eran necesarias varias expropiaciones, por ejemplo, un solar de unos cien metros cuadrados propiedad de doña M.L.F. que el Ayuntamiento le compró. Firmaron el acta la propietaria, el alcalde –Antonio Usero– y el secretario –Francisco Cubilot–; pues bien, en todo el expediente no figura ningún nombre del recinto, sino que se hace referencia diciendo solamente “la Plaza de la Villa de La Graña”.

Varios nombres
Pero la plaza, como hemos visto, sí ha tenido varios nombres: en una sesión del Ayuntamiento en el año 1932 –II República– el concejal señor Santamaría propuso cinco nombres para otras tantas calles de A Graña (otro día hablaremos de ellas) y para la plaza, a la que sugería se llamase Pablo Iglesias. Se aprobaron cuatro de los nombres propuestos pero no otro de ellos ni el de la plaza porque ya existían dos vías públicas en Ferrol con esos nombres, de manera que, en este caso, quedó sin efectividad la propuesta.
Pasemos ahora al mes de septiembre de 1937, es decir, cumplido ya un año y dos meses desde el inicio de la guerra civil del siglo XX. El Ayuntamiento de ahora aprueba por unanimidad una moción para que varias calles de la ciudad cambien de nombre, y terminaba hablando de la Graña con estas palabras: “…así como Plaza del General Franco la de dicha villa llamada “Giner de los Ríos”. De modo que ya tenemos aquí dos nombres; del nombre “General Franco” no es necesario hacer comentario alguno; el de “Giner de los Ríos” recordaba al gran pedagogo, filósofo y escritor, que tanto se distinguió en el proceso de modernización de la enseñanza en España; fue, además el creador y director de la Institución Libre de Enseñanza. Francisco Giner de los Ríos falleció en Madrid en 1915.
De los nombres hasta ahora reseñados, sí tenían noticia algunas personas de la villa con las que traté del tema, pero no de otro que encontré en un escrito hecho en papel oficial, con timbre del Estado, en el que don J.D.B., vecino de A Graña, calle Real Baja, dice en 1926 que desde 1894 es dueño de “una casa terreña, con un sótano, señalada con el nº 9 de la Plaza de la Constitución de la Villa de La Graña….”. Creo que esta casa era contigua a la actual Base Naval, en la parte sur de la plaza, con lo que ya tenemos otro nombre.

En la actualidad
Vayamos ya al nombre actual, que es el que da título a este artículo: en sesión extraordinaria del pleno del Ayuntamiento de Ferrol –alcalde don Jaime Quintanilla Ulla– se aprobó por mayoría el cambio de nombres de sesenta y una calles de la ciudad (que en aquel entonces la denominación oficial aún era Ferrol del Caudillo); la última de la relación fue la “Plaza del General Franco”, en A Graña, que pasó a llamarse “Pardo de Cela”. La propuesta de los nuevos nombres fue formulada por la Comisión de Cultura –que presidía don Jaime Quintanilla Rico–, y los criterios seguidos, dijeron, volver al nombre tradicional de las calles que lo tuviesen y evitar todo espíritu revanchista en las de nueva denominación. Un concejal objetó que los nombres no deberían ser cambiados, y que debería esperarse a que surgieran nuevas calles para dar su nombre a personalidades merecedoras de tal honor. La votación final fue de quince votos a favor y ocho en contra, por lo que el Alcalde declaró aprobada la propuesta.
Hablemos ya de Pardo de Cela: en una de las primeras ocasiones en las que visité la ciudad de Mondoñedo, en el respaldo de la Mariña Lucense, ciudad de tanta fama en campos muy diversos, una de las historias de la ciudad me interesó especialmente, la de “a ponte do Pasamento”, relativa a la muerte de Pedro Pardo de Cela, más conocido como Mariscal Pardo de Cela. Si de historia hablamos, la de Galicia resulta intensa, rica, sorprendente, y lo que ustedes quieran añadir, y dentro de ella para mí lo es especialmente el siglo XV, del que ya en alguna ocasión hemos hablado en esta sección al comentar la calle “Roi Xordo” o la “Procurador Pedro Padrón”; pues bien, en ese siglo vivió el controvertido mariscal. Al ir leyendo trabajos escritos sobre él, se comprende que los historiadores generalistas, los medievalistas, y los de cualquier época, necesiten tiempo para estudiar su figura y que en muchas ocasiones sus conclusiones no sean coincidentes, pues, según dicen los expertos, en su vida hay muchos datos históricos pero también otros que son fruto de leyendas.

Papel histórico
Perteneció a uno de los linajes más importantes de la nobleza de su tiempo, con grandes y extensas propiedades que se vieron considerablemente aumentadas al contraer matrimonio con Isabel de Castro Osorio, prima de la reina Isabel de Castilla, y sobrina del Obispo de Compostela. Su agitada vida, muy propia de la época, le llevó a luchar en unas ocasiones contra otros señores feudales y en otras contra la Iglesia.
Pero una de sus intervenciones tuvo un relevante papel histórico: cuando en 1474 muere en Castilla el rey Enrique IV, en las luchas sucesorias disputándose la corona entre su hermanastra Isabel y su sobrina Juana (conocida como “La Beltraneja”), el Mariscal Pardo de Cela se sitúa en el bando de Isabel, que resultó vencedora, lo que le sirvió para ser confirmado como Alcalde de Vivero. Pero no por eso Pedro Pardo se contentó y permaneció ocioso: en octubre de 1476, por ejemplo, en el cerco de Pontevedra, acudía en auxilio de Alonso de Fonseca que quería conquistar la ciudad entonces en poder de Sotomayor.
En definitiva, una vida tan agitada, enmarcada en un siglo tan convulso como el que le tocó vivir, parece que estaba abocada a un final nada plácido, y, desde luego, no lo fue: su muerte ocurrió en Mondoñedo en diciembre de 1483; con ocasión de una de las continuas revueltas que se producían en Galicia, el Mariscal fue condenado a muerte en garrote, y a la confiscación de todos sus bienes. Pero no fue fácil apresarlo; buen conocedor de la geografía y con lugares apropiados para ocultarse, durante tres años los enviados a prenderlo no consiguieron capturarlo, y cuando lo consiguieron fue sobornando a unos sirvientes del Mariscal, que él consideraba leales. Trasladado a Mondoñedo, fue ejecutado y también su hijo, el día 17 de diciembre.
Al ser condenado, su esposa –Isabel– marchó a caballo (“reventando caballos”) a entrevistarse con la Reina; consiguió su indulto, pero enterados de esto las autoridades –el obispo especialmente– prepararon una trama para que el indulto real no llegara a tiempo; enviaron a tres ayudantes del obispo, que le salieron al paso a Isabel en el puente citado al principio, y allí, con diversas argucias, la entretuvieron hasta que la ejecución fue realizada.
Se cuenta que cuando la cabeza del Mariscal cayó rodando separada del cuerpo, salieron de sus las labios las palabras Credo, Credo, Credo.
Tiempo después, la viuda consiguió la rehabilitación de Pardo de Cela y que se le devolvieran sus bienes, aunque no los de la Iglesia.

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