¿Rechazo o acogidad?

Me indignan las continuas historias de injusticia y crueldad que nos desbordan, el atropello de tantas vidas humanas que son explotadas a diario, los incesantes guiones despreciativos de la gente, la prepotencia de algunos líderes que se sirven de los más desvalidos, la de esos moradores convertidos en auténticos depredadores de las riquezas naturales, los asentamientos israelíes en territorio palestino que son una violación flagrante y que a pesar de haber sido condenados repetidamente por la comunidad internacional continúan activados, o esos países ricos como España, donde muchas gentes viven en la pobreza… A estas diversas situaciones ilícitas, cada vez más habituales y que se extienden como la pólvora, hay que injertarles en vena el más profundo rechazo, con otro espíritu más donante, sin dejar a nadie al margen de nada. 

Nos hemos globalizado pero no nos hemos hermanado. No hay sentido de familia. La humanidad se ha deshumanizado y sólo coexiste en función de don dinero. Hemos de despertar y volver nuevamente a cuidar el hábitat y a protegernos de nosotros mismos. Tampoco hay tiempo que perder y la vida es un camino en el que todos hemos de contar y poder vivir. De nada sirven los derechos humanos si los violamos. Hay que oponerse a toda forma de discriminación y dominación entre las diversas culturas. Ahora bien, quedarnos únicamente en esa sublevación sin tender la mano, sin reconocer al equivalente en su manera de cohabitar y batirse el cobre, tampoco impulsa el encuentro que es lo que verdaderamente nos insta a entendernos. Tal vez tendremos que repensar sobre lo que queremos. La comprensión siempre pone sosiego.

Indudablemente, la acción más significativa que un ser humano puede lograr es compartir ideas y experiencias para crecer como sociedad. Por tanto, resultan provocadores esos contextos corruptos, donde se cultiva la falsedad por principio y se amasa un aliento vengativo que nos destroza el alma, pues grandes son los atropellos que se suelen producir entre territorios. La mentira no entiende de relaciones humanas. Todo lo tergiversa a su antojo. Romper vínculos nos desarraiga y enmaraña. Por eso, en una sociedad profundamente dañada, hace falta restituirla con la acción de lo auténtico, de lo justo, del amor en suma. Ya está bien de potenciar alientos inciviles, de que el ser humano sea un lobo para sí mismo, de que la selva se acreciente de veneno, en lugar de convertirse en concordia. Ojalá aprendamos a juzgarnos a nosotros mismos, pues lo trascendente es evitar divulgaciones arbitrarias, oratorias simplistas que nos lleven a conclusiones nefastas. 

En cualquier caso, me niego a ser un mero consumidor pasivo, rechazo la visión de tragaderas a los que nos suelen someter los engranajes del poder, y pido la consideración hacia toda vida y hacia esa casa colectiva de la que todos formamos parte. No se trata de encerrarnos en nosotros mismos, sino de abrirnos.

¿Rechazo o acogidad?

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