La república de Neymar

No hay una encuesta sobre el particular, pero es muy probable que haya más gente interesada en el culebrón del fichaje de Neymar que en las explicaciones de Carmen Calvo sobre el “Open Arms” o que en las no explicaciones del Gobierno andaluz sobre su negligente manejo de la crisis alimentaria de la carne mechada.

En la prensa y en los noticiarios esos disímiles asuntos ocupan un espacio similar, pero la prensa la hacen todavía los periodistas, y sus inclinaciones difieren de las de los corrillos de las barras de bar o de los foros digitales adyacentes, de modo que la posible prevalencia del fichaje del célebre mercenario del balón sobre otros asuntos de mayor fundamento y trascendencia dibuje, de una parte, el hartazgo y la desconfianza de buena parte de la ciudadanía hacia su clase política, y, de otra, la indiferencia y la pobre instrucción de otra buena parte que facilita que esa clase política sea como es, del género ínfimo.

Pero dejando a un lado esa circunstancia, no es cosa de despreciar lo que de específicamente interesante, que no de aleccionador, tiene ese suceso demenciado de la recompra del brasileño por el Barça, bien que con las infiltraciones blancas, merengues, que tan retorcido y fascinante lo hacen. Y dejando a un lado también, pese a que ya es mucho dejar, el escándalo que supone la obscenidad de pagar 150 o 200 millones de euros por los servicios de un vulgar acróbata del balompié, lo que más llama la atención es la clase de ese individuo tan codiciado como para poner un club histórico y a su masa social a sus pies.

De las luces de Neymar no cabe hablar, pues de él sólo importan las que brillan sobre el césped cuando no está lesionado o de resaca fiestera, pero sí de su comportamiento con el club del que se despidió a la francesa y que hasta llevó a los tribunales para sacarle más pasta en su huida a los predios parisinos del multimillonario catarí, el mismo club que ahora se arrastra tras él, busca el modo de endeudarse hasta las cejas por reficharle y mete en la oferta, pignorándolos, a deportistas de la calidad profesional y personal de Rakitic.

Tal es, según parece, lo que se busca y se premia en esa enloquecida república de Neymar que no es sino reflejo, diorama, de éste mundo: la deslealtad, la codicia, la estupidez.

La república de Neymar

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