El estigma de las grasas

as grasas son malas. Este era hasta hace poco uno de los mantras que se repetía hasta la saciedad a la hora de planificar una dieta saludable. 
Sin embargo, recientes estudios están poniendo en entredicho este supuesto dogma de fe nutritivo. 
Cada vez son más las voces que avisan que las grasas no dejan de ser un nutriente esencial e imprescindible para la vida, y suprimirlas de nuestra dieta no deja de ser un error de bulto, tanto como el abusar de ellas.
El último de estos estudios, PURE, ha levantado una fuerte polvareda al afirmar que el alto consumo de hidratos de carbono se asocia con una mayor mortalidad mientras que la ingesta de grasas, incluidas las demonizadas grasas saturadas, supone un menor riesgo de fallecimiento. En sus conclusiones finales, el estudio propone una dieta en la que el 55% sean hidratos de carbono y un 35% grasas, cuando las recomendaciones actuales sitúan en un 30% el consumo aconsejable de estas últimas.
También se apunta en el estudio que aquellas dietas en las que el consumo de grasas saturadas se encuentra por debajo del 3% están asociadas a una mayor mortalidad que aquellas en la que este consumo llega a alcanzar el 13%. 
Son estas grasas saturadas uno de los principales objetivos que muchas dietas habían señalado como el enemigo a batir y que ahora parece que no son tan perjudiciales ni mucho menos para la salud.
¿Quiere decir esto que hay que revisar nuestra dieta de arriba a abajo? Por ahora no hay que correr en este sentido. 
La mayoría de los expertos señalan que la dieta tradicional de España es un ejemplo de equilibrio y que las conclusiones de este estudio PURE no deberían motivar cambios en la misma. Entre otras cosas apuntan a ciertas limitaciones del mismo, como la no diferenciación entre hidratos de carbono procesados y no procesados.
Y aunque las grasas saturadas siguen siendo poco recomendables, también apuntan que este estudio servirá en cierta medida para reducir la demonización que en los últimos años se había producido con este subtipo de grasa. 
De hecho, existen estudios que señalan que la grasa derivada de los lácteos enteros (un tipo de grasa saturada), ayuda a mejorar la tensión arterial. La clave, una vez más, está en el equilibrio. Nuestra alimentación debe ser rica y variada, y eliminar uno de sus pilares, por muy mala fama que pueda tener, no ayuda a este equilibrio.
 

El estigma de las grasas

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