Sobre los populismos

l populismo presenta muchas caras, muchas expresiones. Sin embargo, a pesar de las diferentes puestas en escena que ofrece, hay una serie de rasgos comunes que se refieren a la retórica empleada, al liderazgo carismático y, sobre todo, a una peculiar forma ideológica de entender la acción de gobierno más allá de políticas concretas. Otro rasgo que caracteriza a los populismos es su crecimiento en períodos de gran contestación, en momentos en los que se pretenden construir nuevos espacios dirigidos a reclamar aquellos espacios de poder que las élites, dicen, han tomado para sí mismas, en detrimento del pueblo soberano.
La estrategia de su actuación es sencilla. Hay que subrayar con ocasión y sin ella los errores de los gobernantes de turno, que en este tiempo no son pocos en tantas latitudes, aprovechar un cierto descontento que reina en tantas sociedades a causa de las desigualdades y orquestar con profesionales de la subversión y la agitación y la propaganda en redes manifestaciones y revueltas que se van contagiando de un país a otro.  
Ordinariamente, la emergencia de los populismos tiene relación con la existencia de líderes que muestran una especial capacidad para conectar con la gente normal: dirigentes dotados de una sorprendente sensibilidad para comprender los problemas reales de los ciudadanos a partir de una excepcional capacidad de persuasión. Para que germine el populismo es menester que los representantes de los partidos tradicionales, a causa de su incapacidad para hablar al pueblo y de su responsabilidad en la crisis y corrupción reinantes, estén en procesos de pérdida de popularidad. Y, sobre todo, que se resistan a los cambios buscando denodadamente perpetuarse en el poder. No digamos si cometen la torpeza de dar alas a la represión de manifestantes y a la detención de los cabecillas. 
Casi todos los populismos actuales coinciden en su unánime clamor de democracia real. El problema aparece cuándo el populismo popular, valga la redundancia, no responde al cliché, al estereotipo diseñado por sus intelectuales de salón. En efecto, hay movimientos sociales y políticos de corte popular de donde proceden las demandas y reclamaciones del pueblo referidas a la mejora de la democracia, al aumento de la participación, a las protestas contra, por ejemplo, las leoninas condiciones de las hipotecas, las subidas de las tarifas de ciertos servicios públicos, el uso del metro, las subvenciones a la gasolina… o a la necesidad de que los partidos y los sindicatos se abran de verdad a la democracia. Y hay un populismo ideológico:  el que se diseña en los gabinetes de los intelectuales, aquel desde el que se pretende imponer las preferencias y gustos de esa tecnoestructura de la agitación y la propaganda que tan buenos réditos obtienen en situaciones de creciente indignación popular.
El populismo es un fenómeno que hay que estudiar con rigor, en especial la categoría y magnitud de las reclamaciones que proceden del pueblo, no de esas minorías adiestradas en el dominio y la manipulación social, obsesas de los moldes y clichés prefabricados, que usan al pueblo sin problema alguno a su antojo. La realidad de las revoluciones nos enseña cual ha sido la conducta de sus líderes y el tipo de vida que llevaron.
En fin, el populismo que resurge tiene una componente reivindicativa que se debe analizar. No sólo para evitar que quienes aspiran a canalizar tales reclamaciones terminen utilizándolas en su beneficio, sino para que alimenten las decisiones del parlamento, de los gobernantes y de los jueces,  pues si la democracia es el gobierno del pueblo, por y para el pueblo, pienso que hoy tenemos que buscar las técnicas que permitan que en el corazón de las decisiones esté presente, la centralidad de la dignidad del ser humano.

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