Ministra Díaz. Capítulo I

a ingenuidad, queramos o no, es tan abrumadoramente humana como la esperanza. Se puede ser ingenuo, por ejemplo, por pensar que el hecho de que una ciudad o una comarca como la nuestra sea la cuna y, hasta no hace mucho, el escenario vital y profesional de un alto cargo de un gobierno –sea éste el que sea– pueda de algún modo verse beneficiada por circunstancia tan vaga. En la misma medida, la esperanza se puede mantener por el mero hecho de creer que así será.
Si la memoria no falla, este terruño del noroeste peninsular no ha dado a este país un ministro, al menos en Democracia –que es lo que de verdad cuenta– desde los tiempos de José Canalejas. presidente además de Gobierno hasta su asesinato en 1912. Pero si los que lo fueron por imperativo, deseo o vanidad, no deben contar, es necesario recordar que, como decía Giulio Andreotti, protagonista y principal actor en sucesivos ejecutivos, de una u otra forma, del último tercio del siglo pasado en Italia, que, más que el poder, lo que verdaderamente desgasta es la oposición. Yolanda Díaz como ministra debería recabar, si no la satisfacción de todos, sí al menos la duda que depende de saber o no si estará a la altura de las circunstancias.  Y más que denostar su papel al frente de otras responsabilidades, como la ejercida entre 2007 y 2008 como primera teniente de Alcaldía de Ferrol y edil de Cultura y Turismo, lo que debería primar es que la sociedad se diera cuenta de que el insulto, el desprecio y la descalificación gratuitos están adscritos a las esquinas de la mendicidad política, a las que nunca se acercan los que la ejercen con verdadera altura de miras. Cabe pues aplicar, como a todo Gobierno –del mismo modo en que puede suceder en una pequeña, mediana o gran empresa cuando se produce un relevo en la cúpula– el beneficio de la duda. 
La gran patronal de este país o la banca, por citar dos ejemplos, lo dicen claramente. Las dudas que aletean ante un Gobierno central por primera vez bipartito se centran en el peso que cada formación tendrá en las decisiones claves que pueden afectar a todo un país. Y, por supuesto, en el calado de aquéllas en contra de sus intereses. El temor, o la duda si se prefiere, es lógico, en especial porque a la izquierda se le presenta por primera vez el reto de demostrar que puede ejercer ese poder sin fisuras y acallar así lo que ha sido su constante histórica, la disensión. Sobre todo en un momento en que, también por primera vez, la derecha nunca ha estado tan fraccionada en la, todavía, reciente trayectoria democrática. Quien conozca, aunque sea someramente, a Yolanda Díaz, puede saber que es plenamente consciente de esta última circunstancia. Pero la realidad es que casi nadie la conoce. Puede saber que su capacidad de trabajo es inagotable, tanto como su ambición política, que su inteligencia en este ámbito es lo que la ha llevado hasta donde está. Todo esto es posible y discutible, como ha de ser. Pero, al fin y al cabo, lo que Díaz acaba de concluir es sólo su Capítulo I y ahora se forja el II.

Ministra Díaz. Capítulo I

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