“Nada cambia si nada cambia” es el lema que adoptaron en Espiral Psicología cuando iniciaron su andadura hace ya 4 años. “Sabemos que, si queremos que las cosas sean diferentes, no podemos seguir haciendo lo mismo, pero no siempre es fácil”, afirman desde Espiral Psicología.
¿Por qué es tan difícil el cambio?
Los seres humanos tendemos a la inercia, a mantenernos aun cuando las situaciones cambian y el mundo avanza a nuestro alrededor. Cambiar la manera en la que hacemos las cosas supone un reto. Y no hablamos necesariamente de cambios vitales o grandes decisiones como dejar el trabajo, mudarse a una ciudad nueva, tener un hijo…. Si la calle por la que sueles pasar está cortada y hay que cambiar la ruta, no nos gusta, queremos dejar de tomar bollería, pero el cruasán de la vitrina es demasiado tentador o hemos decidido hablar de otra forma a nuestros hijos y a las 2 horas se nos vuelve a escapar un grito.
Aunque sean cambios para mejor, muchas veces nos generan cierta resistencia o nos salen de manera automática los antiguos patrones.
En nuestro centro, en el que trabajamos desde los servicios de psicología, terapia ocupacional y logopedia, al margen de que haya una enfermedad, trastorno o lesión de base, observamos frecuentemente que el cambio es difícil por diversos motivos:
1. Olvidamos que nuestro cerebro no tiene botón de borrar o “desaprender”
Todos los impactos y las ocasiones en las que hacemos las cosas de una manera determinada se acumulan, van grabando esa manera de hacerlo. Es como un músculo cuando entrenamos. Si llevo 3 años entrenando y dejo de hacerlo, mi músculo no va a volver a su estado inicial al día siguiente. Es necesario que pase el tiempo haciendo las cosas de otro modo.
Por eso se complican a veces los cambios de hábitos: la alimentación, el ejercicio o dejar de fumar se llevan la palma. Pero también nos ocurre a la hora de enfrentarnos a situaciones que nos dan miedo: al intentar cambiar nuestra forma de comunicarnos o en los niños con dislalias cuando sustituyen un fonema por otro. Lo difícil no es saber lo que tengo que hacer, o incluso aprender a hacerlo, sino generalizarlo a la vida diaria y mantenerlo en el tiempo.
2. Porque hay procesos desconocidos
Por ejemplo, nos encontramos a menudo que detrás de una queja de niño “maniático”, “mal comedor” o “inquieto” lo que hay no es un capricho o un problema conductual, si no que existen dificultades en la integración sensorial.
La integración sensorial es el proceso neurológico por el que organizamos las sensaciones que recibimos de nuestro cuerpo y su entorno. A veces este proceso no funciona de manera típica y aparecen comportamientos que parecen manías o miedos: descalzarse, miedo a ruidos o actividades, rechazos en la alimentación, problemas para usar determinadas prendas…. De modo que las estrategias clásicas como castigos o premios no van a funcionar. Es necesario intervenir desde el enfoque de la integración sensorial, con la guía y apoyo de un terapeuta ocupacional.
3. Porque no siempre funcionamos de manera intuitiva
Otro motivo por el que el cambio se nos atraganta y que contribuye en gran medida a que problemáticas como la ansiedad o la depresión se agraven o mantengan en el tiempo es que a veces nuestra mente no funciona de manera lógica o intuitiva.
En ocasiones, lo que nos pide el cuerpo es justo lo contrario a lo que nos va a ayudar. Ocurre con los miedos o fobias, cuando evitamos por todos los medios aquello que nos da miedo -por ejemplo, subir en un avión, o una presentación en público- a medida que pasa el tiempo -y las ocasiones en las que salimos corriendo y de las que decidimos no enfrentarnos a esa circunstancia-, el miedo se incrementa, llegando a generar verdadero pánico.
También es muy frecuente cuando hay un bajo estado de ánimo que nos apetezca quedarnos en casa, descansar y esperar a estar bien para volver a tener energía y ganas de hacer cosas. Sin embargo, esto produce un descenso de los reforzadores y alicientes de la vida, fortaleciendo y manteniendo los síntomas depresivos. La terapia de activación conductual (uno de los tratamientos para la depresión con más evidencia) propone la realización de una serie de actividades -o la exposición a situaciones placenteras que conllevan el contacto con refuerzos positivos-, lo que activa a la persona e incide en la mejoría de su estado de ánimo.
4. Mal planteamiento de las metas
Por último, puede ser que no nos planteemos las metas correctas. La meta no tiene que ser mala, puede ser perfecta y maravillosa, pero no adecuada para ti en este momento. Una de las cosas que más nos frena a la hora de conseguir nuestros propósitos es precisamente eso, que muchas veces son demasiado ambiciosos o excesivamente generales y no están adaptados a lo que, en este momento, en estas circunstancias y con mi bagaje personal puedo hacer.
Va a ser muy difícil que un niño que no tiene una buena conciencia fonológica aprenda a leer con fluidez, aunque ya le toque este curso y muchos de sus compañeros lo estén haciendo. ¿La meta está mal? No, queremos que aprenda a leer pero primero debemos atajar requisitos previos para que después lo pueda conseguir.
Lo mismo pasa con los hitos del desarrollo. A menudo nos fijamos en los logros finales: que camine, que hable, que deje el pañal... y no tenemos en cuenta aspectos intermedios. Sucede también con el cambio de hábitos. Si hace años que la única actividad física que hago es correr cuando se escapa el autobús va a ser muy difícil que a partir del lunes salga todos los días a correr una hora. No porque no sea posible, sino porque no está bien detallada, graduada y ajustada al resto de mis rutinas.
A veces será necesario ajustar la meta, en otras ocasiones ajustar el proceso para alcanzarla y en otras, simplemente darnos el tiempo necesario. Evidentemente, no siempre es así. Las personas cambian y evolucionan día a día. Salen de sus bucles y dan los pasos correctos. Pero a veces el proceso se atasca o no sabemos por dónde seguir. Ese es el momento en el que los profesionales podemos ayudar.