Un viaje por las ‘Memorias de Mariñáns’

no tiene morriña, esa saudade gallega que ansía recuperar lo que fuimos para ser mejores en un presente en el que las culturas particulares se diluyen en lo global despersonalizado. Sin instrumentalizaciones ideológicas o localistas, tan limitadas e hirientes cuando no gozan de generosidad y comprensión, hay que agradecer el esfuerzo de intelectuales esforzados, solidarios, serios, estudiosos como Martín Fernández Vizoso. Nos ofrece el combustible con el transitar por la memoria colectiva de un pueblo de diáspora, de enrumbar hacia la identidad verdadera, tras hacernos recalar en las historias que componen un puzle, un tesoro, en cada una de sus piezas, tras disipar la niebla del olvido.


‘Memoria de Mariñáns’ es un compendio de 128 historias familiares, personales, colectivas, que completan, en su tercera entrega, debida a una esmerada y bella propuesta de Teófilo Edicións, un trabajo único que, más allá de la mera anécdota, nos cuenta a nosotros mismos, la galleguidad, el éxito y el fracaso de lo exterior, pero sobre todo la significación y la solidaridad comprometida con el origen.


Martín nos invita a un viaje en el tiempo que considero, sin temor a equivocarme, trascendental. Una travesía que, con serlo, es mucho más que un compendio de crónicas; es un acto de justicia, una restitución a la memoria de aquellos gallegos, de aquellos mariñanos, que hicieron de la emigración no una huida, sino un acto posibilista, de supervivencia y transformación, de identidad. Porque, como magistralmente señala María Xosé Porteiro –nacida Madrid, de infancia cubana, delegada de la Xunta en Buenos Aires, viguesa y gallega de corazón–, en su elocuente prólogo, nos disponemos a embarcarnos en una expedición extraordinaria que circula por los dos hemisferios y cruza el Atlántico jugando con la noción de los puntos cardinales”. Una epopeya, humilde en su origen, pero inmensa en su legado.


Si hay algo que me fascina de estas Memorias, es la capacidad de Fernández Vizoso para fusionar el rigor histórico con una narrativa ágil. No es tarea fácil. Se trata de mantener viva la llama del recuerdo de comerciantes, emprendedores, músicos, escritores, filántropos… una legión de almas que, como bien apunta la autora del prólogo, se convirtieron en sembradores de patrias y de matrias.


Y es que, como bien sabemos, la emigración no es heroica en sí misma. Lo heroico, lo verdaderamente admirable, es hacer de la necesidad virtud, es compartir ese rasgo tan humano de caminar tanteando al destino, de partir, transitar y rastrear razones para trascender. De fusionar nuestra sangre castreña, “celta, normanda y bretona con la de carabalíes, taínos, mayas o patagones”. De cruzar océanos y abrazar orillas.
Martín nos ofrece ciento veintiocho crónicas, que rescatan del limbo del tiempo a personajes tan diversos como fascinantes. Desde el Ribadeo que vio partir a Narciso Rocha y Genaro L. Osorio, líderes antiforales en Cuba y Argentina, hasta la sorprendente historia de Aurora Latas, la mujer que halló los restos de su marido en el vientre de un tiburón. Ahí se retratan la masonería en Ribadeo; a Schulz, el ingeniero alemán que puso a Galicia en la vanguardia de la Geología; a Federico Mediante, el Salgari español que escribió 107 novelas populares; o el tráfico de emigrantes y las fortunas de los Casas, Obanza y Carballés, también las de los Cao, los Martínez, los Ramos.... Es un desfile de destinos, de éxitos y fracasos, de luces y sombras que, en su conjunto, pintan un cuadro vívido de una época.


Desde el Mondoñedo de Pérez Cabanela, cura católico y pastor protestante casado en Puerto Rico, o la familia de los Leiras, con dos hermanos y ocho hijos emigrando por falta de medios, hasta el Barreiros de las cinco sociedades en Cuba, o Foz, los panaderos en Madrid o los cientos de mariñanos que acudieron a la siega de Castilla, cada crónica es un destello de una Galicia que se expandió por el mundo. El escultor de la estatua de don Pelayo en Gijón,  José María López, el gaitero Menduriña en Cuba, los Castañeyra que acogieron a Unamuno en Fuerteventura, o Pascual Freire, el alfarero gallego y mindoniense en Uruguay… La galería de personajes es inagotable y sorprendente.


Y, por supuesto, Valadouro y Alfoz, que nos presentan desde José Pérez Mel, el médico que elaboró el primer plan de estudios de Enfermería, hasta la diva cubana Chalía Herrera o Nena Acevedo, actriz alfocense y Premio Talía en 1956, Cary Chantes bailarina y rumbera en el Tropicana. Un crisol de vidas que conforma la memoria colectiva a través de singularidades. Historias que, por sí solas, merecerían un capítulo aparte en cualquier antología de la aventura humana.


El propio autor, en su introducción, confiesa su admiración y respeto por los emigrantes, aquellos que llevaron por el mundo el mapa de su tierra en la memoria. Y tiene razón. Nos debemos a ellos, les adeudamos, como se significa, buena parte de lo que somos: escuelas, hospitales, carreteras, empresas, sindicatos, cooperativas... Y, por encima de todo, el buen nombre individual y colectivo de Galicia.


Es doloroso, como Martín constata, la generalizada y progresiva ignorancia de la obra de tantas gentes, de ese fenómeno histórico colectivo que nos individualiza y distingue, que se diluye en las cuartas y quintas generaciones, en la globalidad estresante y amenazadora. La emigración fue el elemento transformador de una época que originó la Galicia de hoy y, me atrevo a decir, la de mañana. Ante la escasez de su estudio en la enseñanza y la, a veces, débil voluntad de instituciones y académicos en darla a conocer, el trabajo de Fernández Vizoso, al que debemos un reconocimiento público por su trabajo –creo que una Medalla Castelao sería lo justo– se erige como una necesidad imperiosa de trascender en lo que fuimos. Es un deber moral –de justicia histórica– mantener cálido, vivo, tierno, su recuerdo y reconocer a los que lo evocan.

Un viaje por las ‘Memorias de Mariñáns’

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