Responsabilidad compartida (I)

El disfrute de los derechos fundamentales Debiéramos estar más en disposición responsable; sobre todo, para repensar los modelos de crecimiento y desarrollo económico que nos han llevado a una degradación ambiental y a que la población, en su conjunto, no se ponga al servicio de la persona humana.


Hay que reducir las desigualdades, combatir las exclusiones y aislamientos, romper cadenas que nos esclavizan en definitiva. Esto implica invertir en la ciudadanía, para que todas las personas gocen de una calidad de vida que les permita avanzar, desde la diversidad y los progresos. En consecuencia, uno de los grandes compromisos que debe ser examinado y reconducido es el de la justicia social. Una vida plenamente humanitaria, dentro de los abecedarios naturales del vuelo que nos encarrile, quedará asegurada familiarmente, cuando los recursos tengan una distribución equitativa. De lo contrario, fomentaremos atmósferas ilícitas, con un crecimiento demográfico que se concentra cada vez más en los países más pobres, cuando en realidad debemos trabajar todos unidos, sin fronteras ni frentes que nos dividan, reconstruyendo un futuro en saludable vecindad.


Mal que nos pese, en este orbe interconectado y globalizado como jamás, tiene que retornar el germen de la célula hogareña a nuestros movimientos, dentro del marco de una firme jerarquía de principios y valores, que nos lleven a alcanzar un nivel de exigencia conforme con la moral de hacer familia humana, o sea, de generar humanidad vinculada entre sí. No hay mayor progreso que hallarse y reencontrarse con sus propias raíces. Seguramente, entonces, los países de ingresos altos y medios-altos, actuarían de otro modo, cuando menos con patrones de consumo y producción más eficientes en el uso de los recursos y menos contaminantes. Desde luego, tenemos que establecer en los países menos favorecidos la manera de crear las condiciones económicas y técnicas que les permitan asegurar por si mismos la alimentación a sus moradores. El problema de la miseria del mundo está ahí, en esa sociedad excluida, mientras otros lo dominan todo y dirigen esta evolución a su antojo.


Ante esta triste realidad, únicamente aquella política de acatamiento general e inteligente, no pecará de ignorancia y ayudará a mitigar el cambio climático, al tiempo que sabrá solidarizarse y garantizar el acceso colectivo a alimentos seguros y suficientes.


Los beneficios de invertir en el capital humano de los desfavorecidos, con mayores oportunidades de educación y empleo decente, han de contribuir a que ese manantial de desigualdades se achique y aminoren también los conflictos. Poner paz es también un cometido que tenemos que llevar a buen puerto. Cada día son más las poblaciones golpeadas por las guerras y la violencia.


Es cuestión de que todos trabajemos por un planeta más fraterno y justo.

Responsabilidad compartida (I)

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