El Rápido: 100 años es nada (y es todo)

Mientras escribo este artículo he dado en escuchar a Carlos Gardel. Cosa que suelo hacer, pero en esta ocasión con más motivo pues me doy un paseo por Madalena hasta llegar adonde esta calle hace esquina con Coruña (popularmente, para los que somos ya de otro tiempo, Muertos, oficialmente antes de la Guerra Civil, San Eugenio). Y hablaba Wenceslao Fernández Flórez de cómo pasaban por ella los entierros, dirección Camposanto de Canido, con alharacas cívicas los civiles, estrepitosos los carruajes de los sepelios religiosos “a la Federica”.


Pues bien, aquí está “El Rápido”, desde 1922, cien años ininterrumpidos, pues, desde que Don Emilio Castro Lorenzo volvió de Argentina, de ahí mi recurrencia gardeliana, y fundó este establecimiento de ultramarinos (lo que los argentinos conocen como almacén, los mexicanos como abarrote, los andaluces -¡y los catalanes!- como colmados). Llamado “El Rápido” en homenaje al local que regentaba en Buenos Aires. Precisamente un “almacén” y bar, ubicado en Ribadavia con Talcuagano, junto a una estación  de tranvías donde los parroquianos pedían, con esa celeridad de las grandes urbes: “Che, un cafecito rápido”. Por eso Don Emilio Castro Lorenzo, de vuelta en Ferrol, nomina así su tienda de coloniales, que un par de años después se ampliaría en el bar contiguo, mismo nombre, que pasaría después a Don José Ares, empleado por entonces de “Comestibles el Graxeiro”, en la Plaza de Honorio Cornejo, allí donde las Angustias crea, opinión muy personal, uno de los enclaves más recoletos de Ferrol. Un poco más abajo esa glorieta presidida por uno de los héroes ferrolanos más llamativos: Don Victoriano Sánchez Barcaíztegui.


Recuerdo bien a Don Pepe Ares y a su hijo, regentes no solamente del bar sino también del despacho de quinielas a él incorporado. Al menos yo sellaba allí las mías, hechas en comandita con mi abuelo, Vicente (de la razón social Rafael y Vicente). En El Rápido bar, taburetes peculiares, quedaba un cartel añejo que decía que la muchachada ferrolana tomaba Cariñena. A mí esto del Cariñena, la verdad es que de vinos sé muy poco, me recuerda a “La venganza de Don Mendo” y el “Fue el maldito Cariñena que se apoderó de mí”. De esto y de mil cosas más puedo hablar con Emilio Castro Jr., mi gurú y maestro de obras en temática ferrolana. Nadie que sepa más del Ferrol que me es familiar, e incluso del inmediatamente anterior. Emilio me dice que seguirá, mientras Dios lo quiera, al frente de su negocio, de “delicatessen”, desde mucho antes de que la palabra se pusiese de moda (en él se puede comprar cualquier cosa que pida el paladar exigente; vinos, licores, tés, cafés, galletas, ensaimadas, “pomadas”, cervezas ferrolanas o de fuera; toda una regalía en este cuerno de la abundancia que gobierna Emilio Castro). Tan de mi parcialidad curiosa, que igual me recuerda cómo las primeras Discípulas estuvieron en Madalena, donde hoy está Polisón, o el “paseíllo” innoble hecho a unos dignos ciudadanos, cernudianos o lorquianos, cuando el Juzgado estaba donde hoy el Ateneo. Emilio Castro es la memoria viva de Ferrol y pido para él el título de “ferrolano del año” o, cuando menos, la insignia de oro de Ferrol.


Emilio se queja, con razón, del abandono a que los distintos ayuntamientos vienen sometiendo el Barrio de la Madalena (ese que Edimburgo copió, doy fe, en el “New Town”). Escéptico de los políticos, más que entregados a la política los define como “vividores de la política”. Castro, cien años detrás de su establecimiento, me habla de la clientela “de toda la vida”, de los ferrolanos que viven fuera y no dejan de venir a comprar a su tienda, de los cruceristas y extranjeros en general, atraídos por el don de lenguas de Emilio Castro, todo un crack hablando inglés y francés; doy fe de nuevo. Una regalía un establecimiento centenario en una urbe que a veces parece haber perdido el paso. No con Emilio, “el de El Rápido”, santo y seña de una ciudad ilustrada.

El Rápido: 100 años es nada (y es todo)

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