El presagio es el espejo del alma

Recelo de este nuevo año, creo que no viene a compartir sino a acaparar, no a unir sino a dividir. Que es un mal tipo, ajeno a la cordura de los buenos tiempos de esos años que se entregaban mansos a nuestros días, para que los fuésemos diluyendo mansamente en el cielo de la boca, como si de leves retales de pan ácimo se tratase. El cuerpo del año: amén. Ese era el pan nuestro de cada día, pero este del 22 no tiene ni esa voluntad, ni ese talante. Lo intuyo por el pálpito de un ser irracional pero emocional que habita en mí y así me lo dicta. Por eso al amanecer de este primero de año, lejos de saltar de la cama, preso de la alegría de vivir, me he dejado resbalar lastrado por la resaca del funeral del 21. Dejado caer, digo, a la par que se abría en mí un hueco profundo y quedo, ese que me asiste natural y por natural en las cuestiones del alma. Un ser sin ser, reloj, ni calendario; sine díe y sin horario, anárquico y revolucionario, fuera de toda lógica y de toda ética, capaz de algo de lo mejor y de todo lo peor. Dado a la metáfora y al desvarío filosófico, capaz de creer y descreer a un tiempo. A golpes sociópata y esquivo, y a retazos amable y festivo con lo humano. Ha sido él quien me ha alertado de la mala entraña del nuevo año, y lo cierto es que me gustaría descreer de él, gritarle, no seas mal pensado, pero él no piensa, siente, y me hace sentir descreído de este tiempo sin tiempo en los calendarios del alma.

El presagio es el espejo del alma

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