Si el poder vulnera las reglas

Sin respeto a las instituciones por parte del Ejecutivo y sin gobiernos fuertes, en cuyos rebaños se mezclan los lobos con las ovejas, según denuncia el socialista Emiliano García Page, la democracia se encuentra seriamente amenazada”, decía hace unos meses Juan Luis Cebrián, que añadía que “no pueden estar al frente del Estado quienes quieren subvertirlo ni garantizar los derechos de los ciudadanos quienes los vulneran”.
 

La situación no solo no ha mejorado sino que se aproxima a lo que puede denominarse un golpe de Estado silencioso contra la democracia. El chantaje aceptado, la sumisión a la extorsión, la subasta de los bienes públicos, los nombramientos por razones exclusivamente ideológicas, el ataque a la división de poderes, las normas llevadas al extremo para beneficiar a unos pocos, la incapacidad para deshacer reformas populistas y la polarización forzada para dividir al país están escribiendo una de las páginas más tristes y vergonzantes de nuestra democracia. La única que ha sido apoyada mayoritariamente por los españoles y la única que nos ha permitido vivir en paz y en progreso duranta casi cuarenta y cinco años.
 

Hace poco también la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, decía: “nuestra obsesión es proteger a la gente, no si las medidas se aprueban con Bildu o ERC”. Es evidente que la obsesión del Gobierno es otra, pero esa indiferencia -que no es tal, por otra parte, porque está buscada- constituye el mayor peligro moral. Pero como los partidos nos siguen tratando como a menores, y no hay reacción ciudadana, los políticos se pueden permitir mentir, difamar y esconder la corrupción sin miedo a lo que puede pasar. En su “Breviario de campaña electoral”, Quinto Tulio Cicerón, le explica a su hermano Marco, en el año 64 a.C., que es lo que debe hacer para ganar las elecciones al consulado romano. “Una candidatura a un cargo público debe centrar en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los amigos y el fervor popular”. Amigos no son los íntimos, los de verdad, sino todos los que te demuestren alguna simpatía y, especialmente, “amigos para garantizarse la protección de la ley, los magistrados” y “quienes tienen, o esperan tener, gracias a ti el dominio de una tribu, de una centuria o cualquier otro beneficio”. 
 

Como ya has trabajado para ganarte el favor de algunos “a los que te has ganado a base de defender sus causas judiciales”, “ahora tienes que exigirles lo que te deben... procurando que se den cuenta de que no van a tener nunca otra oportunidad de demostrarte su agradecimiento”. Está todo escrito. Y aquella Roma, destruida. Sus emperadores, sus cónsules, sus césares demostraron que el poder corrompe y que hasta el mayor imperio del mundo cae si quien gobierna no respeta las reglas, abusa del poder y de la paciencia de los ciudadanos. Salvo que eso sea lo que, de verdad, se pretende. No hemos aprendido nada en estos más de dos mil años.

Si el poder vulnera las reglas

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