No me extraña, si le digo la verdad, que media España esté pendiente del pie de Rafa Nadal (la otra media vive apasionadamente la ruptura sentimental de Piqué y Shakira; así estamos). Necesitamos héroes, y nuestro tenista, que este domingo volverá a disputar la final de Roland Garros, acaso el torneo más emblemático, lo es. El que gana siempre acaba convirtiéndose en héroe, y más si supera las adversidades, como, en este caso, es un pie doloroso, una vieja lesión que hace decir a nuestro deportista número uno que prefiere un pie nuevo a ganar un torneo. Temo que tendrá que quedarse con lo segundo, porque en el mercado no hay repuestos de lo primero.
Y digo que no me extraña esta pasión ‘nadalesca’ porque los españoles estamos ahítos de noticias malas, como los negros presagios de hambruna derivada de la catástrofe mundial impulsada por Putin, o estamos aburridos de una política cada día más folclórica, representada ahora por una campaña para las elecciones andaluzas que no podría ser más anodina ni más falta de ideas regeneradoras para un país que se siente en decadencia. Y, así, ya que no tenemos otras bazas a mano, necesitamos triunfos deportivos, superhombres que, victoriosos, alcen nuestra bandera en la tierra batida o en los céspedes del mundo mundial.
Sí, los sondeos son unánimes en esto: los españoles precisamos una dosis añadida de pasión, aquejados como estamos de una suerte de nacional-depresión que preocupa a los psiquiatras y a los padres de los y las adolescentes. La gente de la calle, a la que nos hacen que cada día nos sintamos más eso, gente de la calle, necesita superhéroes. Porque siente sus vidas transcurrir de forma más bien irrelevante y porque salen, salimos, de la pandemia con la certeza de que no somos invulnerables como antes creíamos: ni más fuertes, ni más unidos, contra lo que decían los eslóganes oficiales.
Si, además, el héroe es un personaje amable, no como Djokovic, no se mete en líos, contra lo que hace, por ejemplo, Piqué, y no va de Superman, confesando que el día menos pensado cuelga la raqueta porque su cuerpo no da más de sí, tiene todos los ingredientes para convertirse en un ídolo para unos españoles lamentablemente poco orgullosos de serlo si no fuese porque vibramos con las copas que nos ganan Rafa y unos cuantos, pocos, más.
Por eso, y por muchas otras cosas, deseo fervientemente que este domingo él y su pie ganen en París al noruego Ruud. Aunque, quién sabe, el lunes venga y nos anuncie que, a sus 36 años, que es edad a la que otros empiezan a triunfar en otras cosas, se retira, que ojalá no sea así. Le necesitamos más de lo que suponemos. Por eso hablamos tanto de la salud de su pie, cuando están cayendo tantos chaparrones mucho más graves en España, en Europa, en el mundo.