La paloma de Casado

Como árbitro malo, votó casero el diputado Casero; desde casa y para los de casa: el gobierno.

Cegado por la cromática afirmó lo que negaba y siento en ello que se equivocaba —como la paloma de Alberti, pero en daltónico— dando luz verde a la reforma laboral de este rojo gobierno. Porque esta reforma al igual que las demás leyes, que trufan nuestra vida en común y lastran nuestro individual coexistir, son de los gobiernos que las urden en la medida que legislar es el quehacer que los justifica en el curro y en las abultadas nóminas que perciben por llenarlo todo de excreciones legislativas de todo pelaje.

El error, según Casero y el PP, pudo ser enmendado, pero la mesa se negó, faltaría más, estaba puesta para el sí y la cosa pintaba no.


Ahora, insultos, acusaciones, amenazas, ruido... Y todo por culpita de una reforma que todos habrían reformado igual, como pisito de soltero, el suyo. Tanto es así que el PP la acusa de ser un calco de la de Rajoy, lo que cabe que los haga pasar, lejos de sus bancadas, por una panda de negados. Aducen, eso sí, que por igual lo igual sería sostenerla y no enmendarla. Y lo hacen como si no supiesen, por propia experiencia, que si los gobiernos no legislan sobre lo legislado y ellos no niegan lo afirmado quizá entendamos los ciudadanos que a gobiernos y oposiciones, al margen de sus utilidades, les sobran a unos lo que a las otras les faltan, templanza en la norma y lealtad en la gobernanza.

La paloma de Casado

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