Hay quien pretende vendernos todo como “progreso” y hay quien no está dispuesto a comprar ese discurso. Y es que ante las cosas que estamos viendo cada día, empezamos a mirar por el retrovisor añorando tiempos pasados, no muy lejanos, en los que el orden, la estabilidad y la seguridad eran valores a proteger y desde los que se podía “progresar” en un mundo competitivo pero sano. Las familias hacían sus números y se podían programar para acometer nuevos proyectos. Incluso hubo un tiempo en el que se ahorraba y, con esfuerzo, se juntaba una cantidad de dinero para dar la entrada y comprar una vivienda y disfrutarla para vivirla o ponerla en alquiler para conseguir unos ingresos que contribuyeran a la mejor calidad de vida de la familia. Era una inversión bastante segura y, en todo caso, un bien inmueble que dejarles a los hijos el día de mañana. Las leyes protegían la propiedad privada y el estado era garantía del cumplimiento de la ley. Entonces llegó el “progreso” y todo se fue al traste. Hoy ya es difícil, casi imposible, ahorrar nada para dar ninguna entrada y pagar una hipoteca pero, si lo consigues, tampoco tienes garantías de nada.
Basta con que una pandilla se le ocurra ver tú propiedad vacía y decida “okuparla”, entonces se te viene encima un mundo de problemas que pueden llevarte a la ruina ante la impasividad del estado. Una vez ocupada tu propiedad has de seguir pagando la hipoteca, deberás seguir pagando el IBI, no podrás cortarle la luz ni el agua y ni se te ocurra recuperar por tú cuenta la propiedad porque serás denunciado por los okupas y probablemente te ganen. Estás indefenso, impotente mientras ves como no solo te okupan la propiedad, sino que la destrozan con indolencia para mayor daño y humillación. Ante esta situación todos esperamos la acción de los políticos de los que se espera que legislen para devolver a la sociedad un mínimo de seguridad jurídica y una defensa de la propiedad privada como recoge nuestra Constitución. Pues tampoco, en el gobierno actual hay partidos y ministros que defienden la ocupación como una forma de vida normalizada y no es que abandonen a los propietarios es que protegen a los okupas. Una locura difícil de explicar en un estado de derecho porque este problema se da en países de nuestro entorno, europeos y modernos, pero la respuesta en otros países es bien distinta.
En Alemania o Francia, por poner dos ejemplos, el desahucio de okupas puede ser cosa de 24 o 48 horas mientras en España, con suerte, lleva unos 18 meses, pero ojo, porque la ocupación se organiza en mafias de tal manera que cuando el juzgado vaya a actuar contra unos okupas, el “inquilino” cambia, meten a otros okupas y vuelta a empezar. Un lío que asoma al precipicio a los propietarios que ya no saben a quien o a qué recurrir.
Hace unos días pudimos ver en los medios de comunicación como unos okupas mostraban a la policía unos tickets de compra de pizzas a domicilio para justificar que vivían en el domicilio okupado y no los desalojaron. Parece ser que esos “recibos” tienen más valor que los del pago de la hipoteca, el IBI, la luz o el agua. La okupación es una crueldad en sí misma, no se lo deseo ni a mi peor enemigo.