Por completo de acuerdo: Nicolás Redondo Urbieta era un personaje digno de figurar en las mejores páginas de la Historia –mayúscula, por favor– de la Transición del 78, esa cuyo mero recuerdo hoy eriza los cabellos de muchos de los que ejercen el poder. Pero a veces conviene estudiar esa Historia para no repetir sus peores pasajes y, en cambio, tratar de reproducir los mejores. Por ejemplo, pienso que Redondo en la actualidad no repetiría, liderando la UGT, su apoyo a una huelga general, aquella de 1988, que a punto estuvo de provocar la dimisión de Felipe González, gran enemigo del gran sindicalista que podría haber sido, si hubiese querido, secretario general del PSOE, el cargo que González ocupó en el congreso de Suresnes, 1974, para dar el salto a la Presidencia del Gobierno ocho años después.
No, creo que ‘Nico’, fallecido hace apenas unas horas a los 95 años, difícilmente apoyaría hoy una huelga general contra Yolanda Díaz, como querían ayer algunos ‘tuits’ desinformados. La vicepresidenta y ministra de Trabajo no padecería los sufrimientos y tensiones con la UGT de sus predecesores, los ministros de Trabajo de Felipe González Joaquín Almunia, Manuel Chaves y también, sí, José Antonio Griñán. Los tres tuvieron que sortear las políticas ‘liberales’ de Carlos Solchaga y, antes, de Miguel Boyer en a veces brutal contraposición a lo que los sindicatos, liderados por Redondo y por Marcelino Camacho, pretendían, a veces quizá de manera muy radical. Cada cual con sus razones de indudable peso.
Pienso que hoy ni existe la oportunidad ni, menos aún, la conveniencia para un paro nacional. Los datos del desempleo registrados el lunes pueden ser discutibles, pero nunca rematadamente malos, ni la figura del trabajador fijo discontinuo puede equipararse, en ningún caso, a la de un parado. No estamos, por supuesto, tan bien como dicen los portavoces gubernamentales, pero tampoco tan mal como quiere la oposición más radical y catastrofista: cuestión de porcentajes y de ver la botella medio llena o medio vacía, como tantas cosas en este país. Redondo se enfrentó a una ‘revolución económica conservadora’ que estaba alentada por ‘su’ Gobierno socialista. No sé si lo que hace Yolanda Díaz, quizá no siempre en la mejor sintonía con Pedro Sánchez, es una revolución, pero difícilmente podría calificarse de conservadora.
Luego está otra consideración que creo que merece alguna reflexión: con Redondo muere uno de los tres personajes que quedaban vivos de los principales firmantes de los pactos de La Moncloa. Quedan dos figuras tan respetables como Felipe González y Miquel Roca, octogenarios llenos de actividad a los que acaso deberíamos prestar mayor atención cuando, excesivamente prudentes, creo, hablan. Pienso que tanto González como Roca apostarían decididamente hoy por unos nuevos pactos como los de La Moncloa, en el orden sociolaboral y en el puramente político. Redondo, que al comienzo receló de aquellos pactos auspiciados por Adolfo Suárez, acabó apoyándolos, convencido de que, con todo, eran ‘lo menos malo’.
Hoy, con el dolor de haber perdido a alguien que fue referente de toda una época de lucha por mejorar la vida de los trabajadores, creo que no es demasiado arriesgar el esgrimir la figura del sindicalista recién fallecido para evocar aquellos pactos, aquellos tiempos de acuerdo básico en los que solamente se luchaba por imponer medidas e ideas que favoreciesen a los ciudadanos, no al partido. O al sindicato. Descanse en paz quien, con todos los claros y oscuros que se quiera, ha sido un gran hombre.