Ciertamente, el camino no es nada fácil. Son muchas las oscuridades, pero nuestra continuidad como linaje, se basa en otro hálito más auténtico y solidario, que sea capaz de poner amor donde habita el odio y alianzas donde reinan las hostilidades. Lo importante es sentirse respaldado humanitariamente y unidos en la diversidad de nuestras sociedades, por lo que nos incumbe además, la responsabilidad colectiva de respetar y defender nuestros distintivos principios y valores humanos, en especial la de los más vulnerables y, en particular, aquellos que aún han de estar en formación, a los que no les podemos sustraer el futuro.
Hay evidencias que están ahí, que deben hacernos despertar nuestra morada interior, para poder salir de este mundo de apariencias e ilícito a más no poder, que requiere de otras vivencias, pensamientos y sentimientos. Hemos de reconocer que la humanidad anhela, sobre todo ahora, despojarse de tensiones y tristezas para retornar a la alegría, con la quietud necesaria para huir de este mundo enfermizo y desigual, desordenado, que lleva en su culpa un aluvión de penas, a las que tenemos que hacer frente de manera conjunta. Se divulga que nos hemos mundializado, pero no hermanado, que es la gran fuerza positiva existencial. También necesitamos sentirnos libres de violencias, hambre, opresión e injusticas, y la mejor forma de garantizarlo es poniendo el amor operante en los labios de cada latido que transita. Tampoco hay otro modo de vivificarse en el gozo que, la de extender la mano para incluir, a los que no tienen aún los mismos derechos y oportunidades de realización, en el proceder de cada día.
Ciertamente, todos tenemos miserias en los rincones tenebrosos del nervio, que requieren de una tranquilidad interior más profunda, si en verdad queremos florecer hacia otro mundo más habitable, exento de la plaga de la deshumanización y del virus de la inhumanidad.