Llamados a rehacer el mundo (II)

No vayamos a cruzarnos de brazos, en plan pasivo, y a esperar que la masacre nos triture. Podemos restablecernos, siempre hay sanación para todo, es cuestión de hacer el propósito de enmienda adecuado, tanto en sentido físico, como social y anímico. En consecuencia, pongamos en valor y en ruta diaria los principios, tanto del cuidado de nuestra casa común como de la opción preferencial por los pobres, la dignidad de la persona y el desvelo por el bien común, el principio de solidaridad y la universalidad de los bienes colectivos.


Al tiempo exploremos unidos el fruto vivencial, no hay otro modo de rehacer nuestro mundo, que activar el compromiso conjunto para lograr un desarrollo sostenible en sus tres dimensiones: económico, general y ambiental, de manera equilibrada e integradora. Por desgracia, vivimos en un mundo que margina y esclaviza, que destruye espacios y no reconstruye, que aniquila y no levanta cabeza. Sin duda, ha llegado el instante preciso de alzar el vuelo, llamando a las cosas por su nombre, para poner remedio a esta fuerza de maldades que nos acorralan.


En este sentido hay que felicitarse, porque cada día son más los países, que llaman a reiniciar los sistemas pedagógicos docentes, dando esperanza de un porvenir mejor a los niños del mundo. La semilla de la educación, como el amor vertido de corazón a corazón, es fundamental para salir de toda crisis. Lo importante radica en hacerlo en equipo, con los cultivos necesarios para un diálogo fructífero; simultáneamente, con la capacidad de discernir y sacar lo mejor de sí, como un medio de encuentro amparador.


En efecto, no hay mejor vacuna que liberarse de ataduras sanguinarias que nos torturan cada amanecer, cuando menos para erradicar definitivamente la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia.


Creo que aún nos falta establecer un diálogo sincero entre sí, escuchándonos todos, incluido uno consigo mismo, para tejer abecedarios comprensivos y no separatistas, bajo el calor del abrazo permanente y la mano extendida. Todos necesitamos de todos. De ahí, la importancia de establecer una conexión humana de acercamiento, que es lo que da existencia, coexistencia y consistencia a nuestro sentido de orientación y de ser en el mundo.


Lo fundamental es descubrirnos en alianza, y tomar conciencia de que otro mundo de menos enemistades es posible, con el ejercicio responsable y generoso de aquel caminante, que está hecho de aguante, paciencia y mansedumbre. Por muy fuertes que sean las angustias y las habladurías, no podemos ignorar a nadie. Somos ineludibles y vitales, en los andares y en el camino. Lo que si nos merecemos es poder evadirnos de los espacios que nos aprisionan, o cambiar de dirección, tomando la mentalidad clemente del discernimiento y absolviendo. Así, además, compartiremos una felicidad que nadie aquí abajo nos podrá robar. 

Llamados a rehacer el mundo (II)

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