Del lenguaje inquietante

Decía María Zambrano, que venía de Ortega y explicaba una inspiración de conceptos semejante a la de Zubiri, pero más clara, más cercana, y con un lenguaje literario más hermoso, que la filosofía es la pregunta y la poesía la respuesta. A mi amigo Emilio le va a encantar que diga esto, y a mí me cumple citarlo porque me vino a la memoria, al disponerme a escribir, recordando algunas ocasiones memorables, y repetidas, entre nosotros, con María Zambrano, circunstancialmente, en la conversación. 
 

La perversión del lenguaje, en su sentido significante y descriptivo de las cosas, cuyo correlato causal lleva directamente a la ambigüedad de los conceptos, a su vacío moral, y cuya inevitable conclusión es un discurso corriente edificado, siempre, sobre la ausencia de la verdad, seguramente es el corolario que mejor caracteriza y describe la sociedad de hoy, la de este justo y exacto momento, eso sí, incluyendo a Bauman como teórico auspiciador del caos presente, y lo que cada nuevo día nos trae, que hay que ver. 
 

Voy a hacerme al ejemplo suelto de una palabra, disidencia, cuyo eco evocador refiere la necesidad de un reconocimiento ético en el disidente, de manera imprescindible, sin otra posibilidad significante alternativa, y a tal propósito era “Disidencias” el rótulo que acreditaban el puñado de artículos que escribí en este mismo periódico hace algún tiempo. Pues bien, decidí cambiarlo una vez que pude comprobar cómo se venía vaciando de fundamento y significado palabra tan noble y singular, y a qué, y a quiénes, aquí y allí, pretendía describir ahora la voz disidencia, con tanta desenvuelta impostura como convicción de impunidad. 
 

Y por igual ocurre con otras palabras de uso tan frecuente como falsario, en las que ya el sujeto dicente las expresa con una soltura cuya consideración de ambigüedad le resulta del todo ajena, de tan hecho que está al hábito social de lo que escucha y repite, nada digamos si además le pueden previas referencias ideológicas. Qué sean democracia y tolerancia son dos expresivos paradigmas de confusión, y hasta de oprobio, según quién las pronuncie, anda que no, y venga ahora María Zambrano con su reflexión poética a explicarse este mundo, con la pretensión de ser entendida, verbigracia, por toda la tropa política que funge, y finge, de tal en el gobierno de España, y fuera de él, en sus diferentes tribus.
 

Ay, qué caló, qué caló, vaya dicho así por honrar la memoria en origen de María Zambrano.

Del lenguaje inquietante

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