Un jardín medio marchito

En los últimos tiempos se observa con sospechosa insistencia lo de cambiar el pasado,  incluso suprimirlo como si nunca hubiera existido. 
 

Lo decimos porque nunca hubo tanto empeño como ahora en construir un relato tan idealizado de Europa. Es como si nos estuvieran diciendo que nuestra historia empezó en Schengen.
 

Desde la capital del Atomium los que allí nos gobiernan no se cansan de hablar del humanismo europeo, de nuestras saludables democracias y lo estupendos que somos. Intentan convencernos de que todos esos valores fueron siempre nuestro faro guía, olvidándose de los errores y los horrores que se cometieron no hace tanto tiempo.
 

Lo cierto es que esa narrativa puede ser creíble para un Erasmus o entre los jóvenes que están estudiando bajo las reglas de Bolonia, pero inaceptable para los que hemos estudiado en otra época, leído algunos libros y pensamos por cuenta propia.
 

Aquello de que Europa es un jardín y el resto del mundo una jungla –reproduciendo las desafortunadas palabras del señor Borrell– es un relato que, además de racista y descalificatorio, no se ajusta a la realidad.    
Parece que la intención de este señor sin mando en plaza fue tratar de convencernos de que no hay vida más allá de los límites europeos –como si éstos fueran el Muro de Adriano– y que lo demás es territorio de “bárbaros”.  
 

La mala noticia –por muchos muros o jardines imaginarios que nos pinten– es que Europa está inmersa en un declive, económico, político y cultural. Y lo peor es que eso parece que no tiene vuelta atrás.
 

Es verdad que Europa llevó a cabo grandes hazañas en el pasado, eso es indiscutible, pero también fue la causante de espantosas guerras, destrucción, disputas coloniales y hasta genocidios. Toda una serie de ambiciones desmedidas, crueles en algunos casos, que nada tienen que ver con las bondades que ahora intentan hacernos creer. 
 

Hasta nuestra amada y culta Grecia, esa que tanto admiramos y que fue cuna de la democracia y la civilización occidental, también desató sus guerras. Unas veces eran para defender legítimamente su propia existencia y otras por ambiciones estrictamente imperiales.   
 

Pero no vamos hablar aquí de una época tan lejana, sino de una mucho más cercana, empezando por la Primera Guerra Mundial. Una guerra causada por una gran crisis económica y que costó la vida de 7 millones de civiles y 10 millones de soldados, según algunos cálculos.     
 

Aunque lo más terrible fue que esa guerra dejó el terreno abonado para el estallido, 22 años más tarde, de la Segunda Guerra Mundial, que, según la Enciclopedia Británica, nos dejó un saldo de entre 40 y 50 millones de víctimas; lo curioso es que estas dos brutales guerras  fueran generadas por la civilizada Europa.  
En esta última se cometieron crímenes horripilantes, masivos, donde, además, la locura del nazismo tenía un plan perverso para el exterminio definitivo del pueblo judío, esclavizar y eliminar a los eslavos, gitanos y otros pueblos.  
 

De esa tragedia humana solo han transcurrido 77 años. Fue ayer como quién dice. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible que de un tiempo a esta parte estén tratando de diluir el pasado y solo nos hablen de “valores europeos”? Es como si quisieran aplicar aquello de borrón y cuenta nueva, olvidándose de lo más importante: que eso es inaplicable en materia de atrocidades.
 

Hablar de valores saltándose el pasado no es una buena idea. El pasado, además de asumirlo, debería ser recordado para no volver a tropezarnos con él.  De otro modo, siempre habrá alguien con la tentación de repetirlo. 
 

Resumiendo. Intentar que creamos una retórica discursiva en la cual parece que lo único que se pretende transmitir es que Europa empezó en Schengen, es cuando menos un despropósito. Por decirlo de una manera suave. 
 

Es verdad que nada se puede esperar de tanta mediocridad política. Según algunos politólogos serios, no propagandistas, la UE no tiene arreglo posible bajo las actuales estructuras ni con los políticos que nos gastamos.
 

Lo peor es que está perdiendo ante los ojos del mundo aquello tan preciado como lo de ser un referente moral, del cual tanto nos enorgullecíamos. Y eso es irrecuperable una vez que se pierde.

Un jardín medio marchito

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