Infancias rotas. II parte

Ante la renuncia de los padres a educar, son los abuelos los que intentan hacer el trabajo. Ellos saben, por experiencia, que la vida exige sus tiempos y que no hay atajos, las etapas de la vida hay que vivirlas todas y la carencia de alguna de ellas supondrá, a la larga, un vacío importante en la formación del adulto. Parece que nos preocupa una pelea entre niños, incluso hay padres que montan manifestaciones o agreden a docentes para exhibir la pérdida de la autoridad, son los mismos a los que no les preocupa que sus hijos jueguen en la “play” a matar todo lo que se mueve. Siempre hubo “abusones” en los colegios, pero antes gestionábamos de otra manera estas cuestiones y cuando no podíamos recurríamos al profesor que, entonces, sí tenía reconocida su autoridad para protegernos. 
 

Ahora los niños tienen problemas más propios de adultos que de niños y, lógicamente, no tienen herramientas para enfrentarse a ellos por lo que cualquier respuesta imprevisible es posible y después, eso sí, hacemos manifestaciones y lamentamos las consecuencias. Una sociedad sin valores es una trituradora de infancias, una educación al margen de la meritocracia es una fábrica de tramposos que sólo buscan atajos y cuando esta filosofía de vida se integra en el período de formación de los niños las consecuencias las empezamos a ver ahora. Si a este relato le sumamos que desde el gobierno se les regala cheques a los niños para comprar videojuegos de esos que les enseñan a disparar y les dan más puntos por cuanta más gente maten, ¿de qué nos extrañamos? Hoy es más fácil ver a niños en la calle en manifestaciones de todo tipo, a las que los llevan sus padres, que jugando en la calle. Los niños son víctimas de una sociedad enferma, manipuladora e intolerante que premia a trúhanes y oculta a estudiantes y profesionales abnegados a los que el sistema les ha dado la espalda, los ningunea mientras jalea a “frikis” a los que las televisiones les llenas los bolsillos de dinero. La globalización mal entendida y una digitalización poco meditada altera los tiempos de nuestros jóvenes dejándoles vacíos en su formación que son irrecuperables y cuya ausencia vital marcará sus vidas de una u otra manera. 
 

Ese mantra tan repetido de que tenemos las generaciones mejor formadas es una gran mentira. Es posible que acumulen más conocimientos técnicos que los que hemos recibido una formación analógica, eso no lo dudo, pero por muchos conocimientos que se tengan, si no tienes una formación de base que te ayude a gestionarlos, no vale de nada, incluso puede volverse contra los propios jóvenes. Recuperar valores democráticos, apartar el sectarismo de la educación, exigir responsabilidad social a los medios de comunicación, son premisas esenciales para devolverle a nuestros niños la infancia que les estamos robando. 
 

En esta vida no vale todo, pero eso se aprende con los años, a pesar de que da la impresión que los gobernantes son el reflejo imperfecto de esas carencias y vacíos de los que hemos hablado en esta columna. Lo dicho, es una reflexión que quiero compartir con todos ustedes porque, a lo mejor, estamos haciendo las cosas mal.

Infancias rotas. II parte

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