No cabe duda de que en el cielo hay una competición de dioses. Desde el principio de los tiempos. Me los imagino a todos pegándose caderazos a ver cuál pilla el mejor sitio, como en la cabalgata de Reyes las señoras con paraguas para coger caramelos o un indie bajito intentando ver un concierto de Los Planetas.
Los dioses además siempre han tenido muy mal humor. Lo pagaban entre ellos pero sobre todo lo pagaban (y lo pagan) contra los humanos, a los que crearon para divertirse en ese universo que se expande y se contrae y los tiene a todos más que mareados. Incluso se enamoraban de comunes mortales, como Zeus, que se pasa la vida existencial celeste disfrazado como Mortadelo ligando con todas las señoras que se le ponen en el camino. Esos actos pecaminosos no le gustaron a un intelectual muy afamado de Estenuestropaís que protestó al ver sus múltiples caracterizaciones pintadas en el Museo del Prado disfrutando de diversos placeres al considerarlas una ofensa a la pureza femenina, cual Van Helsing al ver el cuerpo sin alma de Lucy Westernra, convertida al vampirismo y bebiendo la sangre de adorables bebés ingleses, pero esto es otra historia.
La competición de dioses actual está liderada por el más grande de todos, Alá (la más grande es la Jurado, pero que no se entere). A Alá se lo inventó un señor al que el Arcángel Gabriel, primer cirujano vascular de la historia celeste y terrena, le quitó un coágulo del corazón. La disculpa para hacer las prácticas de cirugía con humanos era que por aquel coágulo podía entrar Satán (no es un dios, pero Satán es la pimienta de todas las salsas, el curry Vindaloo, la Coca Cola fría cuando vienes de recorrer todo el Ikea, el Loki del MCU) y llevarlo por el mal camino. Mahoma no perdió tiempo y se dedicó a casarse con todo lo que se movía, como Zeus pero Zeus no buscaba matrimonio, que ya lo tenía, buscaba amor. También empezó a batallar y conquistar, lo que le daba un punto de multitareas muy interesante para ser analfabeto, o eso dicen la historia y la Wikipedia. Entre las nueve mujeres y las peleas aún le daba tiempo a conquistar territorios y expandir con la espada la religión de Alá, que poco a poco veía desde el espacio como cada vez era más y más grande. En Poitiers llevó un disgusto, pero siempre quedaban tierras por conquistar, no se puede tener todo.
Así las cosas, Alá, envalentonado, se postula para ser el Más Grande Señor del Espacio, mientras Dios parece estar la mar de tranquilo después del esfuerzo de enviar a su hijo con los humanos y, a pesar de un traspiés un tanto desgarrador, salir la cosa bastante airosa, no ha más que ver el Vaticano lo bonito que es, con todas esas obras de arte.
El problema de querer ser el Más Grande es que lleva a algunos humanos a tomarse demasiado en serio los deseos de los dioses. Si Alá quiere ser el más grande, que se lo curre en el espacio. Degollar cobardemente a un profesor de literatura en un Liceo Francés no lo va a inflar más ni le va a dar más puntos sobre los otros.
Tenemos un problema. Un problema muy grave cuando hay gente que cree en un señor espacial que requiere sacrificios humanos y promete 72 vírgenes a los mártires (y la gente se lo cree)—a las señoras les regalará un set de cocina y la Thermomix, digo yo—al morir. Y encima el mayor problema es que, sin comerlo ni beberlo, el elegido para premio puedes ser tú.