Ferrol, su urbanismo

La construcción del barrio de la Magdalena, en el siglo XVIII, supuso un punto y aparte en el desarrollo de la ciudad, pero ya en esos tiempos los ambiciosos planes se vieron mermados.
 

A semejanza de algunos barrios parisinos, los edificios fueron pensados con fachadas uniformes de dos alturas y sus bajos porticados, para proteger a los peatones de las fuertes lluvias; así quedaba un ancho de calzada que admitía dos carruajes circulando y otros dos estacionados. Hoy tenemos calles más angostas, eliminada la uniformidad de fachadas y soportales peatonales.
 

En la década de los sesenta, del siglo XIX, el progreso económico supuso el incremento de habitantes. Se descartó el crecimiento horizontal imponiéndose el vertical, y los inmuebles pasaron de dos a cuatro alturas. Posteriormente, la gran alameda se fue sacrificando en beneficio de edificaciones como la concatedral, cárcel, mercado, pescadería, Jofre, Correos o terrenos para el dique de la Campana. Todas estas actuaciones mermaron espacios públicos y congestionaron lo que iba a ser una referencia urbanística de la Ilustración.
 

Ya en el siglo XX, el proyecto de los ensanches, ganado en concurso por el arquitecto Santiago Rey Pedreira, acabó desvirtuado: se redujo en un cincuenta por ciento el ancho de la avenida de Castilla ―mal llamada carretera―, se anuló el bulevar del Pilar y la Gran Vía que vertebraría el norte de La Magdalena con Canido llegando hasta el puerto, o se convirtió la calle Alegre en la actual vía angosta, entre otras mutaciones. Estas realidades evidencian la poca visión de ciudad de los responsables políticos.
 

En nuestros días, hay una clara tendencia ―como en el resto de ciudades― a humanizar los espacios urbanos, con la intención de mejorar la calidad de vida de sus habitantes y facilitar el acceso de los visitantes. Peatonalizar y plantar árboles no es suficiente para lograr estos fines y puede provocar despoblación y aislamiento.
 

En cualquier ciudad, vemos estas acciones complementadas con alternativas razonables al uso del coche, construyendo aparcamientos, mientras que aquí se desmontan; mejorando sensiblemente el transporte público o la señalética de tráfico, monumentos, hoteles o edificios públicos.
 

Más aun, tan necesaria es la construcción publica como su mantenimiento. A este respecto volvemos a ver actuaciones poco afortunadas: parques del Montón y Acuaciencia, paseo marítimo de Caranza, la nave “provisional” del mercado, Jardines del Torrente Ballester, ¡pasaron cuatro años!; parece claro un necesario cambio de visión, todavía, hay tareas y mejoras por hacer.

Ferrol, su urbanismo

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