La felicidad

Sobre la felicidad se han escrito muchas cosas. La RAE la define como un “estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Por otro lado, San Agustín creía que no era más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Algo parecido también pensaba Buda.


Aunque un estudio llevado a cabo por un grupo de economistas, contradiciendo la visión agustiniana y budista, nos muestra que las personas que ganan más dinero son más felices que las que ganan menos. Es verdad que tales estudios deben ser cogidos con pinzas.


Lo de la felicidad también me hace recordar las palabras de un profesor de psicología que tuve en la facultad, que aseguraba que después de tener lo necesario para llevar una vida digna lo de ser feliz o infeliz dependía directamente de nosotros mismos.

Lo cierto es que hay personas que son felices con muy poco y otras ni siquiera lo son con mucho, lo que sostiene un poco la teoría de aquel profesor. Pero aquí viene la pregunta del millón, ¿qué es realmente la felicidad?, ¿es acaso una ilusión?


La realidad es que la percepción que tenemos de ella difiere mucho en cada persona. Hay personas que creen que no existe; otras piensan que sí existe pero solo por momentos; incluso las hay que comparan los momentos felices con un trastorno bipolar en su fase eufórica. Hay para todos los gustos.


En todo caso, la felicidad o la infelicidad casi siempre están relacionadas con la aptitud que tengamos ante la vida, puesto que los estados de ánimo son causados básicamente por la manera en que cada uno de nosotros tengamos para enfrentarnos al medio.

Sin duda, la flexibilidad para adaptarse a los cambios externos influye, negativa o positivamente, en el ánimo de la persona. Aquellas personas que no posean la suficiente habilitad para gestionarlos, armonizándolos con sus valores personales, enfrentarán muchas más dificultades.


La otra realidad es que tampoco podemos ser felices todo el tiempo. Una situación así sería incluso insoportable puesto que la felicidad perdería su significado. Por la sencilla razón de que ya no tendríamos un marco de referencia que diferenciase nuestros estados de ánimo, es decir, los momentos felices de los infelices.


Por otro lado, la felicidad tiene lo que los investigadores han dado en llamar “sesgo de durabilidad”, es decir, la tendencia que todos tenemos a exagerar las reacciones afectivas a los sucesos. De ahí que tenga en cierto modo fecha de caducidad.


Lo cierto es que los occidentales también la relacionamos con el hedonismo. Es por eso que se habla de “adaptación al hedonismo”, que no es otra cosa que un mecanismo psicoemocional que nos acostumbra a los placeres de la vida hasta crearnos un alto grado de dependencia de ellos; algo así como una “droga”.


El problema aparece cuando esa droga ya no surte efecto, es decir, deja de estimular nuestros sentidos, algo que normalmente ocurre cuando el goce producido se convierte en rutinario. Es como, por poner un ejemplo, contemplar un bello paisaje cada mañana al despertarnos, llegará el día en que su belleza deje de entusiasmarnos.


Eso también explica la razón por la cual hay personas famosas que caen con frecuencia en grandes vacíos existenciales. Con lo cual también explica que acaben consumiendo drogas para evadirse de la realidad.


En todo caso, la auténtica felicidad seguramente se encuentre en el goce de las pequeñas cosas que nos ofrece la vida durante el recorrido hacia nuestra Ítaca personal. Como decía el poeta griego, Constantino Cavafis.


Por cierto, los antiguos griegos asociaban la felicidad con la armonía. Su diosa, Harmonía, proponía cosas tan bellas como la paz, la armonía y la concordia, que, además, conllevan la conciliación de contrarios, unificando todo aquello que se halla en confusión. Eso nos hace pensar lo poco que hemos aprendido de ellos.


Lo más triste es que hoy buscamos desesperadamente la felicidad fuera de esa bella propuesta. Y lo que es peor: bajo valores equivocados. Aunque eso sería otro tema.

En todo caso, es prácticamente imposible sentirse feliz en un mundo de gente infeliz, teniendo en cuenta que tanto la felicidad como la infelicidad son contagiosas.

La felicidad

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